Fue un 12 de septiembre cuando Villefort anunció a la desconsolada Mercedes que su apasionado e iluso amante, el bueno de Edmundo, había sido ejecutado por traición a Francia. Ninguno de sus seres queridos podía imaginar que él aún gritaba con fuerza, mientras recibía los latigazos que prescribía la tradición en el Castillo de If.
Las piedras, apiladas como granos de arena malavenidos, castigaron a Edmundo durante años. Crucificado por un pecado que no había cometido. Sin fe ni esperanza, la muerte se antojaba el escape a una vida injusta y desproporcionada. Hasta que, como un milagro, el abate Faria atravesó el suelo de su celda con una mirada juguetona y sagaz: “Vaya, esto no parece el mar”.
Ser granadino implica muchos lugares comunes. Además de la excelsa capacidad para utilizar el término ‘pollas’, incluso como cultismo, todos los nacidos en la tierra de la ironía y el sarcasmo sabemos quién es Fray Leopoldo. El capuchino, que hoy será beatificado en Armilla, me recuerda enormemente al abate de ‘El Conde de Montecristo’. De hecho, en la versión cinematográfica de Kevin Reynolds (‘Robin Hood y el Príncipe de los Ladrones’), el fallecido Richard Harris (el primer Dumbledore de Harry Potter) es la viva imagen del amigo de Alpandeire.
Hay numerosas películas, libros y series de televisión que hacen de la fe un término casi racional. La convierten en el único camino ‘lógico’ para entender, superar, admirar y convivir con el ser humano. Esa rivalidad entre Jack y Locke en ‘Perdidos’ era un intento de explicar qué somos: una unidad que, para completarse, necesita combinar lo espiritual y lo terrenal.
Hoy, con una duda más que razonable sobre las bondades del término ‘milagro’, imagino a los fieles de Fray Leopoldo como Jim Caviezel (‘La Pasión’) cuando el Abate Faria aparece en el Castillo de If. Procuro no juzgar. Después de todo, el 12 de septiembre fue la primera muerte de Edmundo Dantes. Y no la última.