El ‘americano’ es el café más simple de todos. Y también el más efectivo. Su preparación es sencilla: una taza grande, agua caliente y el doble de café que uno normal. Nada de azúcar, leche o cualquier otro condimento que pueda endulzar la vida. Es el caldo matutino que suelen tomar los ejecutivos, empresarios y demás religiosos del dinero que quieren salir disparados y dopados a sus respectivas oficinas.
Cuando Jack (George Clooney) llega a Italia pide un café sólo con agua caliente. El camarero, expresivo como mandan los cánones, encoge los dedos y exhala: “¡café americano!” La película de Anton Corbijn, sin embargo, no es rápida ni para gente de acción. Es lenta, contenida y meticulosa. Una sucesión de planos detalle, de rostros que aprietan mandíbulas y fruncen el ceño, de sentimientos sugeridos a través de unas manos que trabajan el metal.
Clooney interpreta a un asesino que se ve obligado a esconderse en un minúsculo pueblo italiano para conseguir despistar a un grupo de cazarrecompesas sueco que quiere su cabeza. Allí recibirá una llamada que le invitará a realizar un último trabajo en el que, en vez de disparar el gatillo, tendrá que construirlo.
La película sigue el ritmo del cine clásico europeo. Corbijn coge el momento en el que los pistoleros de Sergio Leone están frente a frente, a punto de matarse en duelo, y lo estira durante dos horas. Esta tensión, subrayada por una utilización de la música casi testimonial -curioso, teniendo en cuenta que los trabajos previos del directos son montajes de conciertos de U2-, juega con el espectador creando una sensación de peligro constante, que cambia de objetivo cada cierto tiempo.
‘El Americano’, como el café, es simple y funcional. Posiblemente le mantenga encendido durante la primera hora, pero, después, un sabor amargo recorrerá su paladar pensando en lo que podría haber sido.