Con el fundido en negro no nos quedaba más remedio que encender la pantalla del móvil para poder escribir cuatro notas esenciales: “buena fotografía”, “grandes actores”, “guión genial”. No deja de ser irónico que lo de ser jurado de un festival de Cine me haya obligado a hacer una de las cosas que más me repatean los higadillos -en lo que al mundo del cine se refiere-: sacar el teléfono en la sala. Pero bueno, cosas del directo.
Otra cosa que me molesta es cuando la gente se levanta de sus butacas al empezar los títulos de crédito. Creo que es una falta de educación y de respeto a los profesionales que se esconden detrás de la cámara. Aunque, en realidad, entiendo el pecado. A nadie le suele importar quién es el segundo asistente del director, el cámara de exteriores o el tipo que colocó los focos. De hecho, nos referimos a un film por su actor protagonista o director. Lo normal.
Con los festivales pasa igual que con las películas. Da la sensación de que todo sale solo, que hay un genio salido de una lámpara que cumple los deseos de los espectadores. Y, amigos, nada más lejos de la realidad. En la última semana he visto a voluntarios -subrayen, ‘voluntarios’- dejarse la piel llevando y trayendo dvds, informando a los asistentes, haciendo de taquilleros, de acomodadores, de presentadores…
A todos, del primero al último, mi más sincera enhorabuena. Mi más honesta admiración. Y mi más sentido agradecimiento. El Festival Internacional de Jóvenes Realizadores de Granada ha cumplido 18 años bombeando cine a pulso. Y, sin quitarle mérito a los que lo hacen posible, como en las películas, no podemos olvidar a David y María José, artistas.