La página 30

El principio es magia. Un oscuro sombrero de copa estratégicamente colocado en el centro de la mesa, boca arriba, del que brotan promesas de colores. Conocer a los protagonistas de una historia es uno de los más maravillosos pecados concebidos durante los siete días de la creación… Sin embargo, existe lo que los expertos llaman ‘el síndrome de la página treinta’. Les cuento: los afectados suelen entusiarmarse demasiado rápido. Empatizan. Leen las palabras con ritmo y sin pausa. Engullen sensaciones repletas de complejidades, errores que ven cada mañana en el espejo.

Suele ser en la página treinta cuando ocurre algo que cambia por completo la vida de los protagonistas. Un hecho notorio, un desencadenante de la historia que es, además, la que terminará dando sentido al punto y final. Hay lectores que no soportan la crisis. Aquello de ‘crisis es oportunidad’ les suena a pamplinas de cinta de autoayuda de los ochenta. Y, en la página treinta, cierran el libro. Por miedo, por ignorancia, por conformidad…por cobardía.

Es como aquel que abrió un libro de historia moderna y quedó fascinado con el ser humano: rueda al ritmo de Ford, conquista el aire y pinta lienzos llenos de alma. Pero de repente, en la página treinta, se encuentra con Hitler, el nazismo, el odio irracional, la guerra, los blancos y los malos. ¡Pum!, cierra el libro. Nunca podrá emocionarse cuando un negro le grite al mundo “yes, we can!” Olvidar la historia en la página treinta es aceptar que prefieres no arriesgar y no darle sentido al desastre.

Es un síndrome aplicable al resto de las actividades que conforman la rutina homínida: desanimarse con el estudio, abandonar el trabajo, olvidar la dieta, romper el juramento… perder la ilusión, el chispazo de los primeros días cuando la mirabas -o le mirabas- a los ojos y ansíabas descubrir qué pensaba; pero siempre sonreías.

Hay que ser valiente para pasar de la página treinta. A veces lo más sensato es quedarse ahí, estancado en lo de siempre, en lo seguro. Pero qué quieren que les diga, la razón es aburrida y la página treinta y uno, aunque diferente, es apasionante. No me malinterpreten, el cambio es necesario. Lo es cuando está justificado, cuando no es por un pataleo de inseguridad. Lo es cuando lees la última frase, lejos de la página treinta, y te das cuenta de que, después de todo, es el final que te hace feliz.

Recuerden amigos: el mayor error de todos es el que no has cometido.

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