El tipo decidió pasar la tarde del domingo en el único lugar donde las comidas copiosas aseguraban un descanso de, por lo menos, un par de horas: el cine. Sin embargo, arrastraba las consecuencias lógicas de un almuerzo repleto de vinos, manjares y postres de chocolate: necesidades fisiológicas. Así que, antes de entrar en la sala correspondiente, se dio un paseo por los enormes servicios del centro de ocio.
La placentera sensación de saber que te vas a quitar un enorme peso de encima le hizo entrar con una sonrisa en la boca, que no hizo más que acrecentarse cuando descubrió que, en el baño, había un hilo musical con bandas sonoras de películas. El único problema es que el volumen era excesivamente bajo y cualquier leve sonido, como el del grifo abriéndose, taponaba la sabiduría de John Williams dirigiendo la fanfarria de ‘En busca del Arca Perdida’.
En la soledad del trono, el héroe decide interpretar, al mismo tiempo, la conocida música. Empieza con los tambores: “pa, pararara; pa, pararara; pa, pararara…” Justo cuando se disponía a lanzarse con la melodía principal, otro tipo, sentado en otro trono, tras otra puerta cerrada, comienza a silbar el estribillo más legendario del cine: “na, nananá, nanana…”. Lejos de achantarse, el primero mantiene el ritmo del “pa, parara”, el segundo sigue con el soniquete y, al llegar al subidón del segundo minuto, otro tipo, sentado en otro trono, tras otra puerta cerrada, silba la melodía con un tono más bajo: “na, nananá, nanana…”
La orquesta, clausurada con una ovación en forma de cisterna, abandona sus posiciones. “Buen trabajo señores”, se dicen entre ellos. De repente, son conscientes de que otra banda sonora está sonando en el escenario: ‘Ghost’. Se miran entre ellos y, tras un segundo de duda, uno de ellos ejerce de razón: “¡nah!” Y todos vuelven a sus salas.