Si han odiado a alguien sabrán a lo que me refiero: esa sensación de que no te apetece hablar, sino gritar. De que cualquier excusa es buen motivo para blasfemar, insultar y maldecir. De que, sin remedio, una mirada que se cruza con la suya es un duelo a muerte en la calle mayor del pueblo. Así estaba el sujeto número uno, a punto de transformarse en el increíble Hulk, en su butaca del cine. Bueno, no exactamente en su butaca. A decir verdad, la suya, la que indicaba la entrada, era la número 7 de la fila 7. Pero ya había sido ocupada por ella: una maleducada, con un horrible pelo enrevesado, de ojos tristes y caídos y una de esas risas incómodas, incluso hirientes. Por lo que, el sujeto, tuvo que contentarse con la número 6 de la fila 7. A su vera.
Si alguien hubiera escrito una lista de las cosas que más molestaban en el mundo al sujeto analizado, ella las cumpliría todas a rajatabla: nada más empezar, sacó una bolsa con comida y estuvo jugueteando con ella durante una eternidad. Acto seguido, comentó con su amiga lo guapísimo que era el protagonista. Que le recordaba a no sé qué profesor de la Facultad que vestía pajaritas. Y ya no paró: 90 minutos charlando cada jugada con su amiga. Risita por aquí, risita por allí…
El sujeto, angustiado de la vida, desarrolló un poderoso carraspeo de incomodidad que sólo consiguió un cuchicheo seguido de nuevas -y a su juicio, escandalosas- risotadas. Cerca del desenlace, el móvil de la amiga de ella suena. El sujeto se eriza. La amiga lo coge y responde. El sujeto se lleva las manos a la cara y suspira como una parturienta. La pequeña conversación telefónica desemboca en un nuevo susurro de complicidad entre las zagalas.
Con la sensación de que ha sido la peor película que ha visto en la vida, el sujeto respira hondo con los títulos de crédito. “El sufrimiento ha terminado”, piensa. La amiga de ella se levanta y abandona la sala con rapidez, sin pensárselo. Ella, sosegada, se gira hacia el sujeto y le dice: “Perdona, vaya película te hemos dado. Es que le ha dejado el novio y está destrozada. Muchos años. En fin, lo siento”. Y sonríe dándole al sujeto un pequeño toque en el brazo derecho. De repente le pareció simpática. Miró sus rizos perfectamente ondulados marcharse, su mirada verde pradera y esa graciosa risilla al decir “lo siento”.