El señor Juliá es un fotógrafo. Un señor fotógrafo. Pese a que su vida ha girado entorno al periodismo, las imágenes que capta con su cámara tienen mucho cine. Saben a clásico, a grano, a un complejo blanco y negro repleto de matices que enfocan una historia apasionante. Ayer tuve la suerte de asistir al Alandaluz Photofestival, en Granada, y de escuchar, con ese gracejo suyo tan gaditano, frases que aún resuenan: “Internet está bien. Pero las historias se cuecen en la calle”; “había cientos de cámaras enfocando la manifestación, yo vi la historia en una ventana”; “podía haber hecho una foto de los cadáveres que se amontonaban en la calle, pero esta casa destrozada contaba la historia de una manera más intelectual, más intensa”.
Historias. Al final tanta tecnología, tantas cámaras incorporadas al móvil, tantas proyecciones en 3D, tantas chorradas cibernéticas y tantas bobadas ‘dospuntocero’, quedan en meras anécdotas si la historia no está bien contada. La narración es el corazón y dominar el lenguaje, cualquiera que sea la disciplina, es vital.
Mientras que Juliá mostraba algunos de sus trabajos a la sala, me vinieron a la cabeza Spielberg, Coppola, Scorsese, Godard, Amenábar, Coen… Una lista significativa de nombres del cine que cuidan el detalle para que la luz, la intensidad, el contraste, el juego de foco, el movimiento de cámara y la elección del plano sean las correctas. Para que el placer estético acompañe al narrativo.
En Andalucía tenemos una cantera espectacular de artistas visuales. Por eso, que el señor Juliá esté detrás del Centro Andaluz de Fotografía me anima a pensar que, pese al universo tan descomunal que parece que hay entre esas cámaras que mitifican Hollywood y las cámaras que brotan de nuestra tierra, no hay diferencias. Sólo perspectivas. Historias bien contadas.