Kung Fu Panda es una de las mejores películas de animación de la historia del cine hasta que empieza. Sí, eso, hasta que arranca de verdad. Hay dos minutos de pura genialidad. Los dos minutos en los que Po relata el cuento del maestro Panda, del creador de la ‘alucinancia’. Estéticamente brillantes. Luego aparece el título del filme y todo se va al traste.
Bueno, a ver, la aventura de Po es divertida y visualmente atractiva. De hecho, el diseño de personajes es sensacional. Pero el guion, en los tiempos que corren, esta falto de originalidad por los cuatro costados. Más que nada porque es una burda y evidente copia de una obra maestra del cine de autor: ‘La salchicha peleona’ -protagonizada por el poco insigne Chris Farley, protagonista, también, de esa otra joya del celuloide: ‘La salchicha peleona 2’-. ¿La recuerdan?
La cinta de marras trata de un tipo, gordo y singular, que es cocinero en Beverlly Hills. Su gran sueño es ser un gran ninja, como los de las películas, para vencer al mal. Algo que sus amigos y colegas utilizan para reírse de él. Hasta que un día, cosas del destino, termina como alumno de un místico maestro en el arte del Kung Fu (el cómico Chris Rock, por cierto). No sé si es cosa mía, pero me da que el parecido entre ambas es más que notable.
Hoy se estrena la segunda parte de Kung Fu Panda con una sorprendente buena acogida de la crítica yanki. Por mi parte, pese a la empatía tan absurda que tengo con los pandas (recuérdenme que algún día les cuente una historia), voy a mantener las distancias con lo nuevo de Dreamworks. Sería menos escéptico si la viera en versión original, con la voz de Jack Black. No porque tenga nada en contra de Flo, sino porque soy fan incondicional de Black (otro día hablamos de ‘Nacho Libre’, épica).