La infamia narrativa tiene ciertas cotas de humillación que muy pocos se han permitido cruzar. Un reducido grupo de elegidos, fanfarrones y prepotentes, que se saben dioses en un mundo de celuloide. Dueños, sin remedio, de las monedas de un espectador ingenuo y ansioso de distracciones monstruosas. En una religión en la que la regla de oro es “la mía es más grande que la tuya”, Michael Bay es rey entre reyes; ‘Transformers 3’, su creación.
La tercera entrega de la saga tiene dos partes perfectamente distinguibles: una primera hora y cuarto agónica, insufrible, escrita con la punta del cimborrio, en la que un nutrido grupo de memos se pasean por una dolorosa pantalla en 3D para dedicarnos una retahíla de chorradas sinsentido, innecesarias y profundamente repugnantes. 75 minutos de culos inquietos en una butaca que se hace diminuta hasta el exceso. 75 minutos en los que Michael Bay lanza un mensaje claro y evidente: “¿Queríais otra de robots? Pues primero os tragáis esta profunda mierda que acabo de rodar, para que quede claro que aquí estáis todos a mis pies, que os tragáis lo que yo os diga. Hala, abrid la boca”.
Y entonces empieza la segunda parte. Sigue sin haber guion ni grandes alardes en los diálogos. Pero arranca la aventura y el derroche de efectismo marca de la casa. La hora final de ‘Transformers 3’ es, posiblemente, el culmen del cine de acción de la nueva era digital. Un visionado obligatorio para todo amante de la adrenalina, de la espectacularidad. Una barbaridad visual de un atractivo sobrecogedor que consigue hacernos olvidar el sufrimiento agónico del principio. La cuidada estética de los Autobots y los Decepticons combinada con escenas del mejor cine bélico -la llegada de los soldados en paracaídas es mi favorita, simplemente fabulosa- conforman un clímax que se extiende durante más de 45 minutos frenéticos.
La pregunta es, ¿merece la pena sufrir una hora y cuarto por ver otra hora de acción sin más? La advertencia es tajante: si buscan un mínimo y decente texto, aborten; si, por el contrario, disfrutan cual cerdo en una charca con explosiones, misiles y robots, agárrense los machos y respiren hondo. El premio llegará como la fanfarria de Rocky, en el minuto 76.