A los pacientes

La sala de espera bullía con un silencio de miradas que buscaban una escapatoria a la angustiosa paciencia. Nadie conocía la historia de nadie, sólo la suya propia. Jóvenes que podrían ser hijos o hermanos. Adultos, maridos o padres. Mujeres, hijas o hermanas o esposas o madres. Pero todos iguales bajo los muros del hospital. Una señora, con aires de diva, lanza un comentario al aire, inesperado, como si estuviera en la cola del supermercado: “A ver si llaman ya, que esto no es vivir ni es ná. Total, que pase lo que tenga que pasar y que nos quiten lo bailao”. La ristra de frases preconcebidas anima a otra mujer, algo más joven, a seguir la conversación:

-Diga usted que sí. Lo mejor es que esto pase ya de una vez. ¿Sabe? Dicen que pasa la vida por delante, como si fuera una película.

-Pues si es así, espero que la mía la protagonicen actores guapos. Y que de mí haga una buena actriz, la de ‘Amar en tiempos revueltos’, por ejemplo -rompe a reír con unas carcajadas agudas y molestas-.

-No, señora, no. Que la protagonista de la película es usted. Por eso ve la película, porque es su vida y es como si la volviera a ver, para recordar tó lo bonico que haya pasado.

-¿Y lo feo?

-Pues no lo sé. Supongo que no, que para eso es su película… Aunque, si le digo la verdad, mientras que vemos o no la película, nos podían poner la tele, que está la tertulia de la Rosa empezá.

La pareja hace buenas migas y sigue con su cháchara feliz. Hablando de esto y aquello, volviendo, inevitablemente, cada cierto tiempo, a la idea de la película. Al ser las únicas voces de la sala, el resto de pacientes se siente partícipe del diálogo, como miembros del público que disfrutan del teatro. Por fin, una voz mecánica anuncia que ha llegado el turno de… -las miradas se pasean de una lado a otro de la sala, como si fueran miembros de la última cena, ¿seré yo, padre, seré yo?- Rosario.

Los ojos presentes giran hacia una señora mayor, de unos ochenta y tantos años, que inicia, con paso lento pero constante, su marcha de la sala. Un enfermero entra y la monta en una silla de ruedas, “señora, no ande usted”, le dice. Y justo cuando estaban a punto de salir de la sala, justo cuando los espectadores volvían al bullicio inicial, la señora gira la cabeza y dice, mirando a las cotorras: “Es preciosa -Rosario se toma su tiempo-. La película, digo. Yo ya voy por la tercera”.

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