El ataque fantasma

Quiso la casualidad que realidad y ficción se dieran cita con el título de aquel prometedor regreso de George Lucas al universo de Star Wars: ‘La amenaza fantasma’. Ciertamente, las argucias políticas del senador Palpatine y de su pupilo Darth Maul por oscurecer las bondades de la república interestelar eran una amenaza para la estabilidad de los alderaanos, los dueños de una pequeña granja en Tatooine y para el resto de criaturas que disfrutaban del equilibrio de la Fuerza. Pero, amigos de los wookies, la auténtica amenaza nacía más allá de la ficción, en el mundo real: fue la primera gran película en piratearse.

Recuerdo con claridad meridiana cómo se me salían los ojos de las cuencas cuando vi, entre las carátulas del videoclub, ‘La Amenaza Fantasma’. Aún no se había estrenado en el cine y, pese a que corría el rumor de que ya estaban rulando por el mercado negro, no terminaba de creérmelo. Pero claro, aquel cedé era una prueba irrefutable. Tres días más tarde -y hablamos, por cierto, de un par de meses antes del estreno oficial en España- apareció en mi casa, por vías más misteriosas que el nacimiento de Anakin -en serio, no hemos profundizado suficiente en el tema “nació de los midiclorianos”… ¿qué chorrada es esa?-, una copia de la cinta. Nos advirtieron de que la calidad era regulera, que era una copia de una copia de una copia que un tipo hizo con una cámara doméstica en un cine de Michigan. A saber. El caso es que pasamos 60 días mirando el disco, imaginando que un Yoda ausente nos animaba a no darle al play: “Tentaciones has de luchar, calidad jedi disfrutarás en una gran sala podrás. El lado pirata es más rápido, más cómodo, más fácil, ¿pero más poderoso? No”.

Lo conseguimos. Compramos las entradas una semana antes y nos fuimos a hacer cola a las diez de la mañana de un fantástico y soleado viernes. Pasamos seis horas rodeados de un ejército friki que se agolpaba a las puertas de la sala. La mayoría de los presentes -al menos, los que pudimos escuchar- se jactaba de su honradez y nobleza al no haber visto aún ‘La amenaza fantasma’. Todos, de hecho, la teníamos esperando en casa para, muy probablemete, volver a verla en cuanto saliéramos del cine.

Diez años más tarde, esa pasión ha muerto. Y, donde algunos ven sangre y megaupload, otros vemos la dejadez de un negocio que maltrata a los espectadores, que llora por las pérdidas de las descargas y carga contra las posibilidades que ofrece Internet. ¿Qué aprendimos de todo aquello? Una palabra: Screener. Y una verdad: el lado oscuro se extendió.

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