House era un tipo enigmático. Tan borde que parecía ‘granaíno’. Por eso, la gente despistada consideró que el médico era un esperpento de excesos irónicos y mala praxis. Aquellos pensamientos sucedían en 2004. Ocho años después, Gregory es un personaje universal en el que, curiosamente, es fácil verse reflejado. Tal vez por eso, por lo bien escrito que está el Sherlock de la sanidad, es que me recorrió un sudor frío, una pena inevitable, al leer la noticia: House termina en abril.
Ya les digo que al principio me angustió saber que no habrá más diálogos escurridizos entre House y Wilson ni chistes hirientes disparados sin mesura. Pero, visto con perspectiva, me alegro sobremanera. Merece un final digno. Y, para eso, hace falta diseñarlo, meditarlo y sazonarlo con estilo. Si esperan a que la audiencia dé un vuelco o a que no haya fondos para pagar a los actores, terminaríamos con algún desastre tipo ‘Prison Break’ o ‘Jericho’ (observen el control personal que he ejercido sobre mis instintos al no malmeter contra el final de ‘Perdidos’).
Supongo que la decisión habrá sido dolorosa para David Shore y Bryan Singer, creador y productor. E imagino que Hugh Laurie tendrá complicado desatarse del personaje y encontrar nuevos trabajos libres de prejuicios. Pero si son capaces de darle a House el final que se merece (para mi gusto, una muerte heroica), conseguirán convertir un producto de entretenimiento en un recuerdo imborrable de la historia de la televisión. Estos últimos capítulos que ahora afrontamos son importantísimos para el diagnóstico final.
Sea como sea, mi apuesta es que House no terminará con esta serie. Viendo lo visto, no me extrañaría que algún gurú inspirado propusiera una serie titulada, en un alarde de ingenio, ‘House Jr.’, algo así como el Smallville del doctor: sus años mozos, primeros amores, su vida en el instituto, esas cosas. O, tal vez, en unos años, una película protagonizada por Robert Downey Jr.