Nunca fui paciente. Me pueden las prisas, el aquí y el ahora. Siempre fui más como el pequeño Bastian que entró a la librería del Señor Koreander y no como el Señor Koreander que recibió paciente en su librería al pequeño Bastian. Supongo que son cosas de la edad. Y, por eso, me impresiona más descubrir la humilde paciencia de David Kelly, uno de esos entrañables ancianos del cine, maestros de héroes, insufladores de valor, imagen del abuelo. Pero, por encima de todo, un actor vocacional.
David Kelly empezó a trabajar en 1951, como actor de reparto de series de televisión. Y, desde entonces, no paró. Tenía entonces 22 años. 60 años después, ayer, murió colocando su fotografía en todos los medios de comunicación del planeta. Lo curioso del asunto es que todos los periódicos, televisiones y webs pusieron la misma imagen: “El abuelo de Charlie y la Fábrica de Chocolate fallece…”
Casi puedo escuchar la conversación de Kelly al llegar a las puertas del cielo, con San Pedro: “Vaya, por poco no lo consigo”, diría él. “¿El qué?”, preguntaría el santo. “¡Que no me olviden!”
Sesenta años encarnando personajes y que sea al final, cuando sólo puedes interpretar al “viejo”, cuando consigues dejar una huella imborrable. Estoy seguro de que Kelly tuvo una vida plena y feliz con una familia que le llorara cada 14 de febrero. Pero hoy la lección va por otro lado: el trabajo constante, el respeto a la vocación, soñar como un niño con ojos de anciano, pone a cada uno en su lugar.
Por mi parte, voy a disfrutar de uno de sus últimos trabajos. Una película que me llena mucho más que ‘Charlie’ y en la que David Kelly formaba parte de un cuento como los que podrías leer en la librería del señor Koreander: ‘Stardust’. ¿Recuerdan al guardián de la frontera?