El estreno de John Carter me sentó peor que un café con sal. Peor, incluso, que la Judas Priest que nunca debí beber después de aquella noche toledana. Había puesto altas expectativas en el primer trabajo de imagen real de Andrew Stanton porque es, no me cabe duda, uno de los grandes escritores audiovisuales de nuestro tiempo. Lo curioso del asunto es que, incluso después de despotricar de la bochornosa aventura en Marte, me he descubierto, en más de una ocasión, defendiendo la película. Les cuento.
Me revienta la gente que se acerca con aires de superioridad y dice, “¿qué esperabas de esa película? Se veía de lejos que era una chorrada infantil”. Ese comentario me lo han hecho muchísimas personas de mi alrededor. Y me revienta. Me revienta porque cumple con la máxima siempre aplicable de que la ignorancia es muy atrevida. Es cierto que el resultado no ha sido el deseado. Pero si mañana se estrenara ‘John Carter 2’ iría a verla con la misma ilusión que puse en la primera. ¿Por qué? Por su director, el señor Stanton.
Analicemos el currículum de este creador: escritor de las tres Toy Story, Wall-e, Buscando a Nemo, Monstruos S.A. y Bichos; Director de Wall-e; Productor ejecutivo de Up, Ratatouille y Monstruos S.A. Pueden opinar lo que gusten, faltaría. Pero esta es una carta de presentación intachable.
Por eso, pese a John Carter, no puedo rebajar a Stanton a un nivel inferior en la pirámide de los depredadores audiovisuales. Para mí será el ‘Cars’ de Pixar: una película innecesaria, mal pensada y para olvidar. Una anécdota sin más. Y si tiene que rodar alguna cabeza, que sea la del genio empresario de Disney que decidió parar el rodaje que tenía pensado Stanton, obligándole a rellenar con diálogos lo que debió ser un alucine visual.