‘American Pie: El reencuentro’ es la comida canalla, basta, repleta de palabrotas, ‘mqmfs’ y chistes sexuales que todos esperan ver. No hay ninguna sorpresa ni cambio de registro. Quiero decir que antes de verla ya saben si les va a gustar o no. La lectura interesante de la comedia, que la tiene, por cierto, reside en su función de marcapáginas de una generación que, en los últimos diez años, ha visto al mundo revolucionarse entre Facebook y crisis.
Los protagonistas de American Pie son aquella generación que se graduó en 1999 -mi año, nuestro año- y que ya vestían formas de éxito: jóvenes con aires de broker, cargados de sueños y metas románticas, con tiempo suficiente para hacer alguna pillería y ligarse a la chica que les cambiaría la vida. Jóvenes llamados a tener una casa de dos plantas, tres hijos con los que ver ‘Perdidos’ los domingos por la noche y un perro labrador que se tumba en la alfombra, a los pies de la chimenea, los días más fríos del año. Jóvenes que un día se sorprenderían adultos, apagando el despertador a las seis de la mañana para seguir creciendo en un trabajo que les llena, les completa, les motiva y les paga las horas extras.
Lo irónico del asunto es que ni personajes ni actores han gozado del triunfo que se les prometió. La mayoría de los intérpretes fueron olvidados, degradados a una segunda línea desde la que, casi ninguno, consigue levantar cabeza. Y no deja de ser menos curioso que ‘American Pie 4’, la película que debía reunir a sus protagonistas para narrar las hazañas de la década, sea, en realidad, un llanto colectivo repleto de barrabasadas de carcajada fácil.
Si más o menos rondan la generación ‘American Pie’ es probable que, al terminar la proyección, alguno de sus acompañantes o usted mismo incluso, pronuncie estas palabras: “La Virgen, qué viejo me siento de repente”. A mí me queda la sensación de que, pese a las risas, hasta las comedias saben a fracaso. Pero, también, queda la voluntad de que dentro de diez años riamos de pura alegría. De pura superación. Al tiempo.