Un espejo oscuro que no refleja con exactitud pero dibuja, con pérfido detallismo, qué pasaría si fuéramos lo que en realidad somos. Eso es ‘Black Mirror’, miniserie británica de tres episodios, pequeñas y fantásticas películas que nos invitan a un universo paralelo donde todo es probable. Cada capítulo, independiente del resto, funciona como uno de los relatos de Ray Bradbury planteando una ciencia-ficción tan palpable que asusta.
La serie al completo es una joya y no me cabe duda de que si ven los cinco primeros minutos del primer episodio no podrán despegarse de la pantalla. De hecho, es una apuesta personal. Acepten el reto y luego me cuentan. La premisa es tan atractiva, atrevida, desgarradora y brutal, que una mezcla de morbo y curiosidad les impedirá pensar en otra cosa. Nada me gustaría más en el mundo que detallarles esos cinco minutos iniciales, para abrir un debate y analizar con detenimiento las infinitas lecturas sobre Internet, fama, redes sociales, medios de comunicación, realities, arte y globalización. Pero no quiero estropearles la experiencia.
En el segundo ‘Black Mirror’, los guionistas imaginan una juventud pinchada a máquinas, videojuegos y ‘Talent Shows’ a lo ‘Tú sí que vales’. Y, en el tercero, lanzan la preguntan: ¿Qué pasaría si tuviéramos una memoria perfecta, que recuerda absolutamente todo?
Dirección, interpretación y escritura conforman uno de esos productos que glorifican la narrativa televisiva por encima de la mediocridad habitual. Los británicos siguen con el acelerador pulsado, avanzando a pasos de gigante en busca de nuevas historias que revienten nuestra perspectiva adormilada.
No sé si he conseguido convencerles, déjenme intentarlo una vez más: ‘Black Mirror’ no es otra serie; es una genialidad”.