El café huele a noticias. Y viceversa. El suave aroma del grano arranca en mi cerebro un proceso rítmico, parecido al de la adrenalina en los músculos, que me pide letras, números e imágenes en blanco y negro a las ocho de la mañana. Sería incomprensible dar el primer sorbo, todavía caliente, y no tener frente a mí la hoja del periódico o el navegador abierto o la aplicación funcionando en el móvil. Igual que el fumador que no sabe separar sabores, yo no sé tomar café sin descubrir qué se está moviendo hoy en el mundo.
Inicio la exploración, en el sillón de casa que compré en el Ikea, y bebo café. Al parecer hay una película que ha revolucionado la conciencia social de medio Oriente. Su título, ‘La inocencia de los musulmanes’, llama mi atención y decido buscar más sobre ella. Encuentro el tráiler del que todos hablan. La calidad del film me recuerda a los trabajos que hacíamos en el instituto con la cámara doméstica. Es una película cutre y lo sabe. Nada más empezar, vemos al profeta Mahoma lamiendo el sexo de una mujer y, después, referirse a un burro como “el primer musulmán de la historia”. Entiendo el mosqueo.
Lo que no entiendo es cómo ha empezado este revuelo, esta afrenta tan irreversible que bien merece el asalto, la destrucción, el asesinato y la profunda amenaza contra todo Occidente. ¿Hasta qué punto de locura ha llegado el planeta si el vídeo de un chalado que cuelga en Youtube podría desencadenar una guerra mundial? ¿Deberíamos hacer nosotros, los occidentales, lo mismo cuando ellos quemen fotos o maldigan el cristianismo? ¿Tal vez los monjes budistas tendrían que recuperar sus espadas para luchar contra los productores de ‘Kung Fu Panda’? ¿Dónde queda la libertad de expresión?
El reloj da la hora y tengo que salir de casa, a trabajar. Antes, pienso en la posibilidad de subir un vídeo a Youtube en el que pido, en nombre de toda la humanidad, perdón por todas las tropelías que las mentes extremas de este planeta han tenido a bien cometer. Tal vez, sueño, alguien al otro lado del planeta, mientras beba su taza de café, decida optar por mi vídeo y salir a la calle a pedir paz.
El mundo es pequeño. El café huele igual en todas las historias. Las historias cambian el mundo.