Dos dudas y una constatación. La primera. El New York Times publica una galería con quince fotografías en blanco y negro que muestran “la triste realidad” que vive España: familias hacinadas, familias pedigüeñas, inmigrantes, cubos de basura, hambre… Nosotros, dolidos, alzamos la voz y gritamos al otro lado del océano que eso no es la realidad. No toda, al menos. Que tan solo es una parte, algo que intentamos superar y que no puede servir para describir al país. Sin rigor periodístico. Sin embargo, pienso, ¿qué diferencia hay entre eso y lo que hacemos con países de Oriente? ¿Cuántas veces se habrán sentido insultados en Sudamérica o África por las imágenes que tanto nos apenan?
La segunda. La batalla campal junto al Congreso, en Madrid. Me da miedo. Miedo por todas partes. Miedo por los que levantan el puño y por los que lo bajan. Y no me importa de dónde venga el puño, si viste botas regladas o zapatillas de deporte. Me da miedo la tensión que se palpa, se respira y se atraganta. Miedo a la intransigencia y a la ignorancia. Miedo, ante todo, a que las ideas que deberían unificarnos a todos se utilicen, en ambos sentidos, para radicalizar la propuesta. No estoy con los que patearon a los policía. Ni tampoco con los que usaron sus porras. ¿Por qué es tan difícil sentirse identificado con las imágenes que ayer abrieron las portadas de todo el mundo? ¿Por qué salir a la calle a reclamar Justicia es un hecho tan extremista?
La tercera, la constatación. Estaba desayunando con la portada del periódico, en el bar. Me trajeron el café solo, con un sobre de azúcar. Vi la foto que abría a cinco columnas y me fijé en las caras de los jóvenes apelotonados. Abrí el Twitter en el móvil y vi uno de los vídeos que más se están meneando por la red social: una violenta marea humana junto al Congreso. Volví al café y a la frase que decoraba el sobre de azúcar, colocada allí por casualidad: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que me preocupa es el silencio de los buenos” (Martin Luther King). He aquí la constatación, sin interrogaciones: muchas voces buenas siguen calladas. La mayoría.
Y yo, ignorante, no sé distinguir indios y vaqueros. Buenos y malos.