Si el tiempo y sus obligaciones se lo permiten, hoy es un excelente día para hacer sesión doble en el cine. Hay dos películas que no llegan por el carril comercial –por la peligrosa vereda del ‘hype’– y que, sin embargo, ardo en deseos de catar: ‘Argo’ y ‘Ruby Sparks’. La primera es el tercer film dirigido por Ben Affleck, que tras ‘The Town’ y ‘Adiós pequeña, adiós’ deja patente que el ser humano es capaz de redimirse, encontrar el perdón y hacer aquello que debías hacer, por mucho que creas que tienes una cara bonita y que debías ser actor. Affleck estrena la película con el mejor de los preámbulos: ovaciones de público y crítica, firme candidata a los Oscar y extensos artículos analizando «una de las grandes obras del año».
Frente al thriller, la emoción indie de ‘Ruby Sparks’, el esperado siguiente trabajo de Jonathan Dayton y Valerie Faris, responsables de ‘Pequeña Miss Sunshine’, una de mis películas favoritas de la última década (nota mental: ‘Pequeña Miss Sunshine’ merece una columna ya).
Lo curioso es que a ambas películas les une un elemento narrativo fascinante: la creación. Por un lado, el equipo de Affleck cuenta cómo un equipo de cineastas viaja a Teherán para simular el rodaje de una película y, de paso, rescatar a seis diplomáticos americanos. Al otro, Paul Dano (‘Looper’) escribe la ficticia vida de Ruby Sparks, una chica adorable que, por arte de magia, aparece en el salón de su casa.
En un momento en el que esa chispa creativa está bajo mínimos, gusta ver historias que claman al cielo y reclaman el poder de la imaginación. El poder de la creación máxima, la creencia absoluta en que las mentiras más auténticas compartan ciertas verdades indiscutibles. Y qué placer, el nuestro, el de los espectadores, de poder ir a la sala y debatir con la pareja qué película caerá primero.