Hacía tiempo que no veía tanto cariño y tanta devoción en una sala de cine. Una sala de cine repleta de adoradores de los ochenta que buscaban, con cierta melancolía, las sensaciones que Cindy Lauper despertó hace veintitantos años. Cinema 2000 de Granada está proyectando durante los jueves de noviembre ‘Los Goonies’, invitando a los asistentes a reencontrarse con el niño que llevan dentro.
Como ya les dije hace tiempo, ‘Los Goonies’ es mi película, así que el hecho de ver a cientos de personas reír y emocionarse con la aventura de Chester Copperpott fue francamente reconfortante.
Lo más bonito de todo sucedió en el centro de la sala, en las mejores butacas. Una pareja de padres, jóvenes y protagonistas de su tiempo, llevaron a sus hijas a ver la película. Sentí envidia, la verdad. Qué momento tan fantástico, tan unificador: una familia a lomos de un DeLorean.
Pensé en esos padres. Calculo que deben rondar los 35 años. Tienen pinta de tener un trabajo. Uno lo suficientemente bueno como para vivir holgados pero no tanto como para derrochar. Ya saben. Quizás, quién sabe, viven angustiados por un futuro inexpresivo que no muestra sus cartas. Un futuro que incluye las palabras ‘paro’, ‘crisis’ y, también, ‘desahucio’. Debe ser horrible no poder pagar una deuda personal. No puedo ni imaginar lo que debe ser teniendo unas hijas a tu cargo.
Empieza la película y descubro, asombrado, después de tantas veces, que ‘Los Goonies’ trata, en realidad, del ‘desahucio’. De lo que supone perder tu hogar y la importancia de luchar contra viento, marea, piratas, trampas, rocas deslizantes y pulpos asesinos, por tu familia. Por tu lugar en el mundo. En busca de un tesoro escondido protegido por bucaneros nobles de nombres inspiradores y ansiado por hermanos corruptos que hacen dinero en los sótanos de su casa.
Los Goonies, sepan, nunca dicen desahucio. Nunca muerto.