Pequeña intromisión al Festival Internacional de Poesía de Granada. El cine:
Si prestas atención al espectáculo silencioso
tocarás el tictac tenaz y táctil del traqueteo luminoso.
Pasarán las vidas, otros metrajes, y la fiel butaca 7 de la fila 6
seguirá acariciando tus dedos en los títulos de crédito,
mientras Michael, John, James, Hans y Desplat
juegan vellos surcos en un único recuerdo.
Fui a la sala siendo niño y salgo orgulloso infante,
oteo coloridos horizontes pintados sobre blanco y grito,
transformado,
¡oh, capitán, mi capitán!
Alzo mi espada y juro venganza,
pues soy Montoya, pero también Wallace.
Y siempre seré portador de una nueva esperanza.
Abrí la ventana y sostuve el reloj de Keaton
que caía sobre un tren pilotado por Lumiere y fletado por
Meliès, elevado por Chaplin y consagrado por Hitchcock.
Amado por Spielberg, Nolan, Scorsese, Scott, Fincher.
Burton, Eastwood, Amenábar, Bayona, de la Iglesia.
Porque no existe la soledad en la proyección de una sala vacía,
no existe la Nada; no existe el tiempo; tampoco la lejanía.
Un aquelarre de imposibles, de sueños escritos en secuencias,
de pequeños poemas que imaginan la vida eterna: el cine.