12 años de esclavitud, el miedo

No importa el color, importa la piel. La piel del otro. Entender que una caricia y un latigazo producen el mismo efecto en todas las pieles. Que la piel es un vestido que envejece con nosotros y que, por tanto, somos esa misma piel, la nuestra y la de otros, todas las pieles al mismo tiempo. El frío escama la piel y el calor la vuelve pastel. Piel que construye piel, que hereda piel, que protege la piel y la constituye. Un roce de piel da la vida y otro la quita.

Ayer pasé ‘12 años de esclavitud‘ (Steve McQueen) y mi piel -la mía, la suya y la nuestra- se puso oscura. Negra. La primera frase, “atentos negros”, iba dirigida a mí, a nuestra piel, porque todos somos tan negros y tan blancos como queramos ser. Una orden que esclavizó mi piel durante casi tres horas y una vida y que ahora, tecleando letras como si cantara lamentos mientras recojo algodón en un terrible campo de concentración (“fluye, Jordán, fluye”), asimilo a pequeños sorbos: fue verdad.

Qué miedo, joder, pensar en las películas que harán de nosotros dentro de cien años. Esos espectadores atónitos ante las barbaries que permitíamos, que veíamos a nuestro alrededor, y contra las que no hicimos nada. Nada. Pienso en pateras, en pisos de inquilinos hacinados, en hogares obligados al éxodo, en países en guerra a los que no prestamos atención, en empresas que basan su éxito en la explotación y que, sin embargo, seguimos consumiendo. El precio del suelo, los empleos humillantes, la desfachatez política, la educación fraccionada, la cultura humillada, el desprecio a las artes…

Guiones de películas que se estrenarán en cien años y que nosotros, protagonistas de pieles distintas pero similares, justificaremos con razonamientos divinos, legales y contractuales. Pero las verdades universales, esas que cruzan la piedra, el oro y el pixel, son constantes como una función matemática. Eternas.

No necesitamos ponernos en la piel del otro, es nuestra propia piel. Es sólo que somos demasiado estúpidos para darnos cuenta del daño que nos infligimos. Ahora, dejen que les cuente por qué ’12 años de esclavitud’ es una maravilla cinematográfica indispensable. Tan bella y tan desgarradora como la misma piel.

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