La situación es tal que así: llegas a casa –o se van tus invitados; tanto monta, monta tanto- hastiado de comer, beber y brindar por la buena vida, que te sientas en el sofá y caes como un titán sobre la roca. Mientras los excesos de grasa y alcohol se recolocan en un par de nuevas mollas de las que aún no eres consciente –ya llegará el 8 de enero, ya-, estiras el brazo en un último acto de valentía para alcanzar el mando de la televisión, pulsar el botón, y dejarte llevar al maravilloso mundo de la vagancia. Echas un suspiro cual gorrino en barrizal y hala, a ver una película.
Entonces, justo entonces, justo en el momento en el que lo último que quieres es decidir nada, te sorprende una parrilla televisiva en la que hay una decena (¡una decena!) de películas que podrías ver sin problema. De hecho, te apetece verlas todas. Empiezas con el clásico zapping, cadena a cadena, y vas parando unos segundos para recordar un poco la trama de las que ya están empezadas. En otros canales, miras el pequeño resumen de lo que viene después, por si te gustara más que la opción anterior.
Total, que antes de que te des cuenta estás por el canal 43 y has empezado a ver siete filmes distintos en un pequeño espacio de tiempo: menuda empachera. Tu cuerpo te exige que cumplas con la ley del mínimo esfuerzo propia de una digestión navideña, así que, decidido, te comprometes a elegir una. Pero no lo consigues. Pulsas un botón, sueltas el mando y te dejas llevar por lo que sea.
A la mañana siguiente, alguien te pregunta si viste anoche ‘Looper’. O ‘Up’. O ‘Wall-E’. O ‘El Príncipe de Persia’. O ‘Piratas del Caribe’. O ‘Los Cazafantasmas’. O ‘Alto, o mi madre dispara’. O ‘Transformers’. O ‘Harry Potter’… No quiero decir que todas esas películas me gusten. Pero sí son cintas que, acomodado en tu sofá, entran fácilmente, como un vaso de agua después de la comilona. El caso es que, no sé si a alguno de ustedes le pasa igual, al final no veo ninguna. Por puro empacho.