El día que te sientas en el váter y sientes que tu vida reside una taza más abajo. El mismo día en que todas las palabras del mundo se ordenan para formar una única pregunta: ¿Qué haces? Ese día es el día en el que todo se desmorona. Y lo hace a un ritmo pausado pero constante, como si cada vez que pensaras en una de las partes que componen tu esencia le lanzaras una bomba atómica y desapareciera de la faz de La Tierra. Pero no de tus recuerdos. Porque todo reside en la taza de abajo y nada casa con la respuesta que nace, instintiva, a la pregunta. Que qué haces, insistes.
Los músculos aprietan y las piernas se tensan mientras das la respuesta más sincera que puedes: la música. Siempre fue la música. No quieres despachos, no quieres áticos, no quieres alcanzar la cima de ningún reino de debes y haberes. Eres música. Así que, sin levantarte de tu actual trono, silbas o tarareas una canción para demostrar que no todo lo que sale de ti reside una taza más abajo. Casi te emocionas, atrapado en esas finas y estrechas paredes repletas de números de teléfono, ante la honestidad que derrochas. Por arriba y por abajo.
Piensas en el momento de abrir la puerta y salir, una vez más, a la fría calle. Eres como el protagonista involuntario de una triste canción folk que gatea por una larga avenida sin rumbo, sin espíritu y sin pan. ¿Y si eres el único estúpido que cree que eres música? ¿Y si el resto tiene razón y deberías haber limpiado una mesa y ejercitado una preciosa firma millonaria? ¿Y si te estás convirtiendo en ese agua lastimosa que recoge los llantos, una taza más abajo?
Cabreado, te levantas, abres la puerta de una patada y abandonas el sillón como una piedra rodante que aprende, con paciencia, que los tiempos van cambiando. Eras una melosa voz que susurraba letras en escenarios vacíos y ahora quieres gritar, saltar y dejar que la carótida supere la vibración. Tal vez eras un tanto folk y ahora necesites más rock. No tienes hambre ni frío. Sólo tienes música. Solo eres música.
Ahora, cambie la vocación ‘música’ por la que le pida el cuerpo. Entenderá, entonces, por qué los hermanos Coen hablan de usted en ‘A propósito de Llewyn Davis‘. Una de las múltiples razones que la hacen bella.