En la cola del supermercado hay una señora que no da abasto. Con una mano atiende a la cajera, que espera sus euros, con la otra sostiene el móvil mientras habla con su hermana, que por lo visto seguirá de vacaciones en la playa hasta la semana que viene, aunque ella, la señora, realmente está discutiendo con golpes de mirada y latigazos de cuello con su hija, una pequeña de coletas adorables que corre en el pasillo que hay entre la puerta del supermercado y la espalda de la cajera al tiempo que canta uno de los temas principales de Frozen. Reconozco la canción no porque sea un fan de la película de Disney, que no, sino porque mi sobrina la canta con mucha gracia. Dice algo así como «por primeeeera vez, en aaaaños». Y es un problema. Escuchar la canción, digo, porque se pega como la maldita separación de plástico que colocan entre las lonchas de queso que impide que la saques con naturalidad y que te obliga a romper, indefectiblemente, la loncha en dos o tres partes.
Por fin, la señora cuelga el teléfono, entrega los euros, atrae a su hija con un último disparo visual que casi revienta el blanco de la cuenca de los ojos, y pone pies en polvorosa. «La siguiente, buenas tardes señora», repite mecánicamente la cajera. La nueva señora, sin embargo, al igual que el resto de la fila, está pendiente de la escena final: con una sonrisa inesperada, la madre le pregunta a su hija que por dónde iban y, juntas, cantan «por primeeeera veeez, en aaaaños». Y ríen mientras se abre la puerta automática.
‘Frozen’ no me gustó. Digo más: me molestó. Me pareció un paso atrás, una vuelta a estereotipos con una historia demasiado forzada y unos personajes sosos –con la honrosa excepción del muñeco de nieve, gloria para él–. Recuerdo pensar, además, que me sulfuraría que, habiendo tantas y tan buenas películas de animación en los últimos tiempos (por ejemplo, ‘Cómo entrenar a tu dragón’, que regresa este fin de semana a la cartelera), fuera esa la que terminara por asentarse entre los más pequeños, creando un mito que crecería con ellos y que, dentro de treinta años, provocaría una sonrisa cómplice entre los miembros de una generación que la venerarían como un clásico imprescindible. Como fue para nosotros, no sé, Aladín.
Y así será, me temo. ‘Frozen’ es uno de los fenómenos más fuertes de 2013/14. Los niños adoran la película. Así que yo, reconfortado, mientras aquella pareja de cantarinas salían del supermercado, pensé: sea. Luego tarareé. Por primeeeeera veeeeez…