Esta tarde un niño tocará en su puerta. Irá disfrazado, portará una enorme bolsa con motivos tenebrosos y una sonrisa de oreja a oreja. Y, probablemente, recitará un hechizo que, pese a no entender, le resultará terriblemente divertido: «¡Truco o trato!» Hay dos opciones. Uno: usted se extraña, se retuerce en la entrada de su hogar y da un sonoro portazo mientras clama al cielo por la barbarie de esos padres que permiten que sus hijos celebren una fiesta tan poco nuestra. O dos: decide que una fiesta es una fiesta, que los niños son niños y que, después de todo, la idea es francamente divertida. ¡Chucherías para los zagales!
Tras veinte años viendo películas y capítulos de series en los que Halloween es la gran excusa, ¿de qué se extrañan? Era cuestión de tiempo, íbamos a terminar sucumbiendo. Es el poder de Hollywood. Y les confieso que yo me he terminado posicionando muy a favor de la fiesta. Principalmente porque no creo que, necesariamente, vaya a superponerse a las tradiciones locales. Y segundo porque me hubiera encantado disfrutar de un evento así en mi infancia. De hecho, creo que pocas guarderías, colegios e institutos se libran ahora mismo del fenómeno.
Halloween es, también, una fiesta audiovisual. Esta noche, pubs y discotecas se llenaran de odas a Freddy, Jason, el Joker, Jack Sparrow, George A. Romero, Juego de Tronos, muertos vivientes y vampiros en sus más que variadas instituciones. Disfraces que, de vez en cuando, sorprenden por un maravilloso ejercicio de creatividad e imaginación. Y, claro, también está lo de usar Halloween como excusa para ir al cine, a llevarse un buen susto. ¿La mejor opción? Pues miren ustedes por dónde, irónicamente no llega de Hollywood: ‘Rec 4’, de Jaume Balagueró.
Fuera complejos y rencillas inexplicables. Que cada cual aprehenda la celebración que vea oportuna. Lo importante aquí, como casi siempre, es aprender a respetar lo que hay al otro lado de la puerta. Y más aún si se trata de una sonriente tropa de chavales disfrazados en busca de chucherías. Aunque den miedo.