Morir escribiendo un relato sobre viajes en el tiempo debe ser lo más cercano a viajar, de verdad, en el tiempo. En eso pensaba, ya de madrugada, después de ver el primer capítulo de ‘El Ministerio del Tiempo’. Pero antes de llegar a eso, al final, empecemos por el principio. Sin tapujos: estábamos buscando la manera de criticar la serie antes incluso de verla. No habían pasado ni cinco minutos y Twitter ya estaba lleno de comparaciones, críticas, sarcasmos e ironías. Era como si tuviéramos que demostrar que España no es capaz de hacer buena ciencia-ficción. Como si fuera nuestra obligación, seriéfilos comprometidos, alertar al resto del mundo de que esto nunca será ‘Doctor Who’ o ‘Perdidos’ o ‘Person of Interest’. Y no nos equivocábamos. No lo es.
‘El Ministerio del Tiempo’ contó con numerosas referencias en su episodio piloto (‘Terminator’, ‘Regreso al Futuro’, ‘Men In Black’…¡Curro Jiménez!). Y fueron referencias magníficas. ¿Por qué? Porque todos y cada uno de los guiños sirvieron para subrayar un hecho innegable: estamos ante algo distinto. Distinto y español. Algo nuevo que, qué demonios, fue divertidísimo. Y de una factura técnica sensacional. No, ‘El Ministerio del Tiempo’ no es ‘Doctor Who’ ni ‘Perdidos’. Ni falta que hace. ¿No se dan cuenta? ¡Es nuestro!
Pero, como les digo, la pusimos en duda. Antes incluso de empezar. Ya saben, seriéfilos empedernidos. ¿Qué paso una hora más tarde? Que todos –todos– nos quedamos a ver el programa especial sobre la intrahistoria del Ministerio. Nos quedamos a escuchar al equipo de la serie hablar, con pasión, de lo que estaban creando. Y escuchamos, emocionados, las palabras de Javier Olivares sobre su hermano, Pablo, fallecido mientras escribía el guión de la serie.
Tengo muchas ganas de ver cómo crece ‘El Ministerio del Tiempo’, ciencia-ficción española que no merece complejos ni envidias. Una muestra patente más de que España, sea cual sea la pantalla, sabe hacer grandes cosas. Cosas que otorgan una entrañable inmortalidad.