«¿Sabes cómo pilotar un avión?»

Henry está parapetado en el asiento trasero, su cabeza protegida por un gracioso a la par que elegante sombrero inglés y sus manos asidas al metal como si fuera un niño antes de montarse, por primera vez, en la montaña rusa. Claro que la situación no está para ponerse a otear el paisaje y disfrutar del paseo. Henry, en realidad, está nervioso. No le gusta volar y, mucho menos, cuando su hijo es el que pilota. «¿Sabes cómo pilotar un avión?», le pregunta a Indiana. «Volar sí. Aterrizar… No».

El otro día, justo antes de acostarme, vi lo del accidente de Harrison Ford. Estuve toda la noche dando vueltas en la cama, soñando con la idea de que, por la mañana, hubiera pasado lo peor. La pesadilla era como un episodio de ‘Black Mirror’: un mundo sin Indiana Jones. Horas más tarde, me levanté nervioso, miré el móvil y leí que estaba fuera de peligro. Y entonces me di cuenta de que había reaccionado como si Harrison Ford fuera un amigo íntimo o un familiar cercano. ¿Qué raro, no?

Una vez que estuvo fuera de peligro, las redes se llenaron de bromas e imágenes en las que el Halcón Milenario aparecía estrellado en el campo de golf. O, mi favorito, Chewbacca en la sala de espera de un hospital. Yo me acordé de la escena de ‘Indiana Jones y la Última Cruzada’, una de mis películas favoritas de todos los tiempos. De hecho, soy incapaz de imaginar el accidente de la avioneta con Harrison Ford pilotando. Yo veo a Indiana. O a Han Solo. ¿Un actor de 72 años? No. Es el héroe con el crecí.

Espero que Ford ‘aprenda’ a aterrizar pronto, porque aún le quedan muchos montones de chatarra que pilotar.

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