Los tres mosqueteros

La vida de Brian es indiscutiblemente maravillosa. Por eso me revienta hasta el extremo cuando alguien suelta lindezas del tipo “¿y eso qué es?” o, peor aún, “a mi no me hace ninguna gracia esa película”. Los Monty Python son los reyes del absurdo elevado a comedia, a arte. No sabría decir cuantas veces he tenido la charla, con mis amigos, después de una sobremesa. Basta con que uno recuerde una escena de la cinta para que, minuto a minuto, desmembremos el resto de los chistes. Como si fueran nuestros.

Ayer, Cuatro, nos regaló a Brian crucificado cantando aquello de ‘allways look on the bright side of life’ (lalá, lalá, lalá lalalá) y me volví a emocionar. La verdad es que Cuatro se está portando estas vacaciones con una programación de cine sabiamente seleccionada: aventuras, animación y humor. Un buen gancho para conseguir nuevos cinéfilos entre los más jóvenes de casa.

Hoy emiten ‘Los tres mosqueteros’. La versión que dirigió en 1993 el olvidable Stephen Herek (101 dalmatas), con Charlie Sheen (menos borracho que ahora), Kiefer Sutherland (sin persecuciones de 24 horas), Oliver Platt (físicamente irreconocible si le comparamos con su papel en 2012) y Chris O´Donnel (¿Qué pasó con este muchacho? Cuánto daño hizo ‘Batman y Robin’…).

Esta película, cuyo gran éxito fue la canción de Bryan Adams -All for love-, me hizo un gran favor cuando yo contaba con once años. Por aquel entonces yo no leía ni las preguntas de los problemas de matemáticas. El libro era el enemigo a batir. Para mí, al contrario que para la inmensa mayoría, ver los Tres Mosqueteros en el cine despertó mi interés por el personaje de Athos -siempre me gustaron los líderes en segundo plano-. Al llegar a casa, le limpié el polvo y empecé a leer a Dumas. “Todos para uno y uno para todos”. Es tan fácil hacerme feliz.

Nolan, Inception

Ocho películas. Ocho historias. Ocho éxitos. Christopher Nolan es el oasis cristalino de un océano que se seca. El cineasta inglés ha conseguido lo que muchos sólo alcanzan con el peso de las canas y la experiencia del haber sido. Nolan es un director idolatrado en todo el mundo por una filmografía que mezcla, a la perfección, la ciencia ficción más original, guiones electrizantes y una fotografía prodigiosa. Un currículum que, para alguien nacido en 1970, es toda una proeza.

Los inicios de Nolan se remontan a 1997 y su ‘Doodlebug’, una película que pasó como ejercicio práctico para lo que sería su primer éxito: ‘Following’. Con una estética en blanco y negro muy detectivesca, el film contaba la vida de un joven escritor que, falto de ideas, decide empezar a seguir a la gente de la calle. El método de inspiración se complica cuando descubre que se ha convertido en una obsesión y decide ponerse una serie de normas ineludibles como, por ejemplo, no seguir a la misma persona dos veces.

Pero fue en el año 2000 cuando Nolan pasó a ser un apellido en mayúsculas: Memento. El estreno de la película no fue tan sonado como su posterior visionado doméstico gracias al boca a boca. El público la convirtió en una imprescindible. ‘Insomnio’, su siguiente estreno, fue el paso a una película que le abrió las puertas del mundo entero: Batman Begins. Saga que sería completada por la magistral ‘El Caballero Oscuro’ -de la que ya hablaremos como corresponde-.

Si a todo este mix de personajes turbados, guiones latentes y fotografía impactante le sumamos la magia de ‘El Prestige’, llegamos a la más profunda definición de Christopher Nolan, a su origen. Un director que, desde el principio, apuntó maneras de revolucionario. Y no por ser el creador de ningún avatar estratosférico ni usar cámaras en tres dimensiones, sino por construir mundos con el poder de la mente. Ayer se estrenó el tráiler de su próxima película, ‘Inception’ (Origen, Inicio), en la que Leonardo DiCaprio y Ellen Page vivirán “un thriller de acción y ciencia ficción que transcurre dentro de la arquitectura de la mente”. Estreno, el 16 de julio de 2010. Respiren hondo, es Nolan.

Tarzán, Tiana y el Sapo

Tarzán fue la última de su especie. Pese a que después vinieron Atlantis: El imperio perdido -de la que pocos se acuerdan- y Lilo & Stich, la aventura del hombre mono supuso el final de una gran etapa para Disney: no más versiones de cuentos clásicos. Desde que se estrenara en el cine hasta hoy, que la podemos ver por primera vez en televisión abierta, han pasado diez años.

La magia de Tarzán no estaba en su historia o en sus personajes, bastante comedidos. El inmenso poder de la película rendía en una animación preciosista, con las técnicas más innovadoras hasta la fecha que consiguieron, a mano, dibujar un mundo vivo que se trazaba a velocidad de vértigo sobre las infinitas lianas que bailaban por la selva. Sin embargo, el mismo esfuerzo que consiguió un magnífico y artesanal acabado final fue el que sentenció a muerte el camino que abrieron Blancanieves, Cenicienta, Bambi y tantos otros reyes infantiles. Lo que tardaba una máquina en hacer un día, un hombre habilidoso empleaba una semana. Y el tiempo será siempre oro.

Pasan los años. Las mismas máquinas que relegaron al olvido la animación tradicional crean, para qué negarlo, productos maravillosos: Toy Story, Monstruos S.A., Los Increíbles, Wall-E, Up… Pero, curiosamente, es justo ahora, con las palabras crisis y esfuerzo subrayándolo todo, cuando Disney decide volver al inicio. A lo artesano. Tiana y el Sapo vuelve a poner un cuento clásico en la palestra, vuelve a las canciones que sustituyen a diálogos y a la consabida metáfora de la belleza interior.

Tiana y el Sapo será la primera película Disney protagonizada por una chica afroamericana. Algo que suena a marketing coyuntural, teniendo en cuenta el contraste de tonos que pone la familia presidencial… No, hombre, no. No me refiero a la Moncloa y a las hijas de Zapatero, hablaba de los Obama en la Casa Blanca. En fin, disfruten esta noche de Tarzán y de Phil Collins cantando en español.

Zombieland (y II)

Zombieland es, ante todo, una película divertidísima. Lo será siempre que la casquería en exceso, la sangre flotante y los mamporrazos salvajes no les resulten desagradables. Para los que crecimos vacunados contra toda pincelada bizarra y visceral en la gran pantalla e, incluso, llegamos a ver una versión anodina de Jackson Pollock en un zombie descuartizando un cadáver y dejando un reguero espolvoreado de barbaridades, esta película es imprescindible.

Para hacer honor a la verdad, el gran éxito de Zombieland no está en la sangre desparramada por las calles estadounidenses. Está en el tremendo y original humor que acompaña a cada escena. Un humor que comienza en los títulos del principio, que vienen a ser la versión gore de los primeros minutos de Watchmen: escenas ralentizadas, música magistral y zombies destrozando América.

La película nos cuenta cómo, a partir de un yogurt en mal estado, un virus se expande por la población estadounidense sin remedio, dejando a muy pocos seres humanos con cerebro. Dos de ellos son Jesse Eisenberg y Woody Harrelson: el espíritu de la película. Un genial tandem cómico que mezcla la inocencia y el escrupuloso orden del joven Eisenberg, un romántico universitario, con el cateto, violento y entrañable Harrelson, el clásico tipo duro americano.

Sin duda, los capítulos protagonizados por Harrelson dan el ritmo necesario a la película para que la sonrisa tonta no desaparezca. El actor, además, comparte 10 minutos gloriosos con B. M. (no les revelaré el nombre, vayan a verla), que hace un cameo absolutamente memorable que consiguió mantener la carcajada de toda la sala. Y, si la suma de violencia, zombies, casquería y humor les gusta, el final en el parque de atracciones les apasionará.

Zombieland (I): Zombies Party

Las películas de zombies siempre me provocaron la misma reflexión: ¿A quién nos parecemos más: a los héroes que sobreviven al virus o a los pobreticos que pierden el juicio y sólo quieren darse un homenaje de sangre y vísceras? Por eso, ‘Zombies Party’ (‘Shaun of the Dead’, nombre que parodiaba a ‘Dawn of the dead’, aquí llamada ‘El amanecer de los muertos’) me parece una maravillosa, divertida y original joya cinematográfica.

Zombies Party es una comedia inglesa protagonizada por Shaun (Simon Pegg, el nuevo Scotty de Star Trek) y Ed (Nick Frost, estrella de televisión en Reino Unido), dos bebedores de cerveza empedernidos y profesionales del videojuego que, cierta mañana, descubren que todo el mundo a su alrededor se ha convertido en zombie. Ambos deciden que deben abandonar su casa y encontrar el refugio más apropiado para tal debacle. ¿El bastión? El Winchester, el bar en el que pasan todas las noches entre pintas y pintas.

Por encima de la teatralidad de las cabezas arrancadas, las manos que se mueven solas, y los pies arrastrando por un suelo plagado de cadáveres sin cerebro, los zombies son un elemento muy literario que nos dibujan tal y como somos: borregos, predecibles, manejables y en manos del dinero, la publicidad y los realities.

Zombies Party competía en soledad por el puesto a mejor ‘comedia zombie’. Este fin de semana se ha estrenado en España (que no en EE. UU., que lo hizo hace cosa de 6 meses…) ‘Bienvenidos a Zombieland’. Resurrección del mundo de los actores no vivos de Woody Harrelson y reencuentro con una de las estrellas más prometedoras de la juventud hollywoodiense, Jesse Eisenberg. Y, Zombieland es, ante todo, una película… (to be continued)

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