Tarzán, Tiana y el Sapo

Tarzán fue la última de su especie. Pese a que después vinieron Atlantis: El imperio perdido -de la que pocos se acuerdan- y Lilo & Stich, la aventura del hombre mono supuso el final de una gran etapa para Disney: no más versiones de cuentos clásicos. Desde que se estrenara en el cine hasta hoy, que la podemos ver por primera vez en televisión abierta, han pasado diez años.

La magia de Tarzán no estaba en su historia o en sus personajes, bastante comedidos. El inmenso poder de la película rendía en una animación preciosista, con las técnicas más innovadoras hasta la fecha que consiguieron, a mano, dibujar un mundo vivo que se trazaba a velocidad de vértigo sobre las infinitas lianas que bailaban por la selva. Sin embargo, el mismo esfuerzo que consiguió un magnífico y artesanal acabado final fue el que sentenció a muerte el camino que abrieron Blancanieves, Cenicienta, Bambi y tantos otros reyes infantiles. Lo que tardaba una máquina en hacer un día, un hombre habilidoso empleaba una semana. Y el tiempo será siempre oro.

Pasan los años. Las mismas máquinas que relegaron al olvido la animación tradicional crean, para qué negarlo, productos maravillosos: Toy Story, Monstruos S.A., Los Increíbles, Wall-E, Up… Pero, curiosamente, es justo ahora, con las palabras crisis y esfuerzo subrayándolo todo, cuando Disney decide volver al inicio. A lo artesano. Tiana y el Sapo vuelve a poner un cuento clásico en la palestra, vuelve a las canciones que sustituyen a diálogos y a la consabida metáfora de la belleza interior.

Tiana y el Sapo será la primera película Disney protagonizada por una chica afroamericana. Algo que suena a marketing coyuntural, teniendo en cuenta el contraste de tonos que pone la familia presidencial… No, hombre, no. No me refiero a la Moncloa y a las hijas de Zapatero, hablaba de los Obama en la Casa Blanca. En fin, disfruten esta noche de Tarzán y de Phil Collins cantando en español.