El spoiler de ‘Jurassic World’

Suceden con los tráilers, con los foros que se inundan de teorías conspiratorias y con las webs que se afanan por ser los primeros en ser los primeros. También suceden por culpa de las distribuciones con ‘lag’, esas que estrenan una película con grandes dosis de ‘hype’ –léase ‘X-Men: Días del Futuro Pasado’– un día en EEUUy varias semanas –o meses– más tarde, en nuestro país, provocando infinidad de rumores ciertos e inciertos en blogs, redes sociales y vídeos malintencionados. Sí, los spoilers suceden.

Pero en este mundo nuestro cada vez más conectado, los spoilers ya no son fruto de un comentario desafortunado tras salir de una sala de cine. No. Los spoilers, ahora, llegan antes que la propia película. Y es absurdo, la verdad. El último y doloroso caso lo ha sufrido el equipo de Colin Trevorrow (‘Seguridad no garantizada’), que se encuentra en fase de preproducción de ‘Jurassic World’, el regreso de los dinosaurios de Spielberg.

Hace un par de semanas, una revista publicó un rumor, supuestamente confirmado, que destripaba, a todas luces, los secretos que guardaba la cuarta entrega de ‘Parque Jurásico’. Tranquilos, no les voy a contar lo que ponía. Pero sí les voy a advertir de algo, por si las moscas: el rumor era verdad.

Otra revista, ‘Film’, publicó esta semana estas palabras de Trevorrow, muy dolido: «Es lo que pasa con las filtraciones, a veces no son ni malas interpretaciones ni falsedades. Eran elementos reales de la historia que los cineastas estaban intentando presentar al público en la oscuridad de una sala de cine. Pero por desgracia, en 2014, los lees en un ordenador. La semana pasada fue descorazonadora para cualquiera de nuestro equipo, no porque quisiéramos ocultar cosas a los fans, sino porque estábamos trabajando muy duro para crear algo lleno de sorpresas. Cuando era crío, descubrías todo de golpe en un cine, te caía encima y explotaba tu cabeza. Ahora basta una persona para destripárselo a todo el mundo. Espero que quien sea que lo haya filtrado lo haya hecho para reventar lo que estamos creando, porque si trataba de ayudar, lo ha hecho fatal».

Nada que añadir, señorías. Cuidado con las tonterías. No nos carguemos la magia, de tanto usarla.

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Al filo del… Caso Bourne

Corría el año 2005. Dos amigos comentaban las ganas que tenían de ver la segunda parte de ‘El Caso Bourne’. Yo, atrevido ignorante, me entrometo para decir, orgulloso, que no la he visto y que tal vez algún día lo haga. “Es la clásica película de videoclub, como mucho”, recalco. Los dos me miraron con el ceño fruncido y contestaron algo que todavía trato de digerir: «Uff, cómo te vas a tragar tus palabras».

Dos años más tarde fui el primero en la cola de la taquilla, a las 16:30 horas, para ver con ansia el cierre de la saga: ‘El ultimátum de Bourne’. Sin duda, una de las trilogías más interesantes de los últimos años y una muestra de que es posible un cine de acción de calidad.

¿Cuál fue el secreto del éxito de Bourne? ¿Qué nombre se esconde detrás de una trilogía que derrocha tanta calidad (observarán que he dicho ‘trilogía’, lo de la cuarta parte…)? Doug Liman. Sin hacer mucho ruido, el director de ‘El caso Bourne’ marcó un claro estilo que sobrevivió al resto de la saga y creó un universo consistente, original y adaptado a un presupuesto ‘comedido’.

Sus siguientes trabajos como director, ‘Caza a la espía’ y ‘Jumper’, no alcanzaron gran transcendencia, pero sí han llevado a Liman hacia un título que promete maravillas a los amantes de la ciencia ficción: ‘Al filo del mañana’. Basado en el manga ‘All You Need is Kill’, de Hiroshi Sakurazaka y Yoshitoshi Abe, la cinta se estrena este viernes con la ovación unánime de la crítica estadounidense. Según dicen por allí, “la gran sorpresa del año”. De hecho, de los últimos estrenos puntuados en Metacritic, sólo está superada por la, también deseada, ‘X-Men: Días del futuro pasado’.

Si tuviera que elegir una película para este fin de semana, no tendría duda: ‘Al filo del mañana’. Ya sé que Angelina Jolie y sus carteles de ‘Maléfica’ venden muy bien, pero, tengo una intuición con Liman: nos lo vamos a pasar muy bien.

El culo del mundo

Descubrir que detrás del personaje sigue existiendo la persona. Y, como tal, sus ambiciones, sus sueños… Su vocación más honesta, sincera y poderosa. Andreu Buenafuente y su equipo me han alegrado muchas madrugadas gracias a una televisión inteligente que apela a la mágica y noble función de entretener. Hace años, tras ver ‘Hazme reír’ (Judd Apatow, 2009), imaginé esa misma película protagonizada por Buenafuente y Berto Romero. La vida de dos cómicos al otro lado del guión, ¿se imaginan?

El año pasado, cuando Buenafuente se quedó sin programa, recibió un email enviado desde Argentina, «desde el culo del mundo». El presentador, en plena crisis vocacional, decidió cargarse la mochila e iniciar un viaje tan físico como espiritual. Un camino que le llevará a reunirse con viejos amigos de profesión y con la mayor inspiración de su vida: su familia. Y de paso, rodar un documental: ‘El culo del mundo‘.

No, tranquilos, no es una versión española de la película de Julia Roberts en la India. Buenafuente se desnuda, metafóricamente, para que entendamos el origen de la risa. El origen de la inquietud que ha guiado su vida y la angustia del fracaso. No deja de ser curioso que, pese al éxito o la fama o el dinero, resulte sencillo empatizar con Andreu. En poco más de una hora de documental descubrimos a un hombre feliz, triste, amargado, convencido, destruido y reinventado. Un hombre contradictorio, como usted y como yo, que solo refleja su verdad a través de los ojos del otro: Corbacho, Santiago Segura, Carlos Areces, Wyoming, Jordi Évole… Y por supuesto Silvia Abril, su pareja y madre de su hija.

La sonrisa innata de Silvia cumple la máxima humana: ella es la gran mujer a la sombra de la fama de Buenafuente. Es la tela de araña que vela por la eficacia del circo, lo unifica, y protege al funambulista de caer de las alturas.

‘El culo del mundo’ es un documental que describe un momento muy particular para hablar de una lucha universal: la vocación.

 

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Elecciones de robots

Estaba haciendo cola para votar y apareció un robot volando. ¿Lo han visto? El gazapo imposible, digo, en la primera frase. ¿Ya? Efectivamente, nadie hizo cola para votar. Llegabas, cogías el papel, entregabas tu dni, decían tu nombre a voz en grito, te sonreían, introducías la papeleta en la urna y, media vuelta, a casa. Un minuto –minuto y medio a lo sumo– sin nadie en tu camino que pudiera entorpecer los planes del domingo. Ah, la democracia, el poder para el pueblo. Qué fantástica y solitaria experiencia.

El robot, por otra parte, entró volando a las mil maravillas. Se lo perdieron. Me lo topé cuando abandonaba el colegio electoral, justo en la puerta. Era un precioso transformer con las alas desplegadas que flotaba en el aire gracias a unos propulsores imponentes y al brazo del niño que se camuflaba entre las piernas de su padre. «¡Fiuuuuuuiiiuuuuuussshhhh…!», sonaba.

Se conoce que el señor tenía muy claro a quién votar, así que fue cuestión de segundos que saliera tras las bambalinas con el sobre ya chupeteado. Yo ya caminaba por la calle, justo por delante de las ventanas que daban al colegio electoral, cuando escuché un coro, casi al unísono, que decía «¡un robot!», acompañado de unas risas. Imaginé que el robot había entrado propulsado por el niño y su padre, y que la mesa electoral, emocionada por ver tanta actividad, coreó su entrada como si fuera un gol del Madrid en el minuto 93.

Llevaba los cordones desatados, así que apoyé el pie sobre un mojón y ejecuté una de las enseñanzas básicas que toda familia quiere enseñar a su hijo: anudar los zapatos. Segundos más tarde, el robot –y el niño y su padre– pasó volando sobre mi cabeza y vi cómo se alejaba calle arriba, adelantándome en cuestión de segundos. «¡Fiuuuuiiiussshh…!», escuché.

Deseé que el niño no dejara nunca de propulsar robots por el cielo. Y deseé, también, que el padre viera cómo su hijo aprendía, casi sin saberlo, a ejercer enseñanzas básicas.

Big Bad Wolves

Quien no guarda un secreto, protege una mentira. Es una costumbre, quizás un guiño desafortunado, que se perpetra en las sombras de la ignorancia del resto. Nadie aparenta lo que esconde. Todos somos rostros similares paseando por la calle, a plena luz del día, pero, ¿quién controla al lobo que despierta haya o no luna llena? Si existe bondad en todo ser vivo, la lógica dicta que también habita el opuesto. ‘Big Bad Wolves’ es una cinta imprescindible, una obra de cinematografía pura que juega, juzga y ejecuta. Una experiencia que corrompe y corroe al espectador. Que le hace reír a pesar de su maldad intrínseca. Es un peliculón.

El prólogo musical, sencillo y perfecto, nos lleva directos a la acción: una serie de asesinatos brutales a niñas cruza los caminos de tres hombres: el padre de la última víctima, en busca de venganza; un policía que se ve obligado a saltarse la ley para lavar su nombre; y un profesor de religión, sospechoso de ser el asesino. Bajo la premisa de «sólo un maníaco puede vencer a otro maníaco», la humanidad –entendida como bien del alma– quedará en entredicho.

Mezclen la agonía de ‘Mystic River’ (Clint Eastwood, 2003), el impacto de ‘Prisioneros’ (Denis Villeneuve, 2013) y la profunidad de ‘La Caza’ (Thomas Vinterberg, 2012), con el humor negro y la visceralidad innata de Tarantino. Esa es la fórmula de ‘Big Bad Wolves’, film cuya única pega es que es israelí (escrita y dirigida por Aharon Keshales y Navot Papushado). Y digo pega porque, probablemente, no alcanzará la fama que merece hasta que Hollywood haga su remake. Que lo hará. Tiempo al tiempo.

Tremendo ver cómo algo rodado con tanta pulcritud, con tanto refinamiento por el Cine, por el ars amandi, pueda significar tanta crudeza. ‘Big Bad Wolves’ tiene tendencia a la esquizofrenia, a hacer reír cuando el trauma no puede ser mayor (esa melodía del teléfono móvil, ese abuelo…). Es una película excepcional, sobrecogedora, que dará la vuelta a su estómago un par de veces para, finalmente, retorcerlo sobre sí mismo. Y, ya que ha llegado a las pantallas –de algunos cines, pocos cines, maldita sea– con el título original, me animo con una traducción libre pero exacta del espíritu de ‘Big Bad Wolves’: ‘Pedazos de hijos de la gran…’

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