El viento se levanta

Si tienes que volar, vuela; y si no tienes alas, construye un par. Hayao Miyazaki se despide del cine con un mensaje que atraviesa al espectador. A nosotros: ¿Y si ahora, justo ahora, justo cuando todo viene mal dado, cuando no hay esperanza, justo cuando el mundo se empeña en repetirte que esto es lo que hay, que estamos en crisis, que no puedes hacer lo que quieres hacer, es el momento exacto de hacer lo que naciste para hacer? ¿Y si la solución es buscar tu sitio real y no lo que dictan los cánones de la crisis?

El último mensaje de Hayao Miyazaki, ‘El viento se levanta’, es un viaje por las vocaciones que luchan por abrirse camino, a pesar de la realidad. Un niño obsesionado con la idea de volar. Volar y volar. Pero como sucedía en la poesía de Machado («Era un niño que soñaba / un caballo de cartón. / Abrió los ojos el niño / y el caballito no vio»), por más que abre los ojos, sus gafas de cristal ancho, fruto de una miopía irreversible, le impiden surcar los cielos. Hasta que una noche, soñando sus sueños insondables, se encuentra con Caproni, un diseñador italiano que le susurra un camino alternativo: crea tu propio avión.

La historia de ‘El viento se levanta’ es un precioso canto a la épica de los humildes; de los héroes forjados entre libros y trabajo duro que no claudican, que no desesperan, que no pierden la fe. Un guión adulto en el que es fácil sentirse interpelado –probablemente, el mismo Miyazaki se identifique con su protagonista–, para una película que es, además, un velado bofetón de optimismo para todos nosotros, las víctimas de un mundo en crisis que se creen incapacitadas por la adversidad económica.

La poesía se cumple en el fondo y, por supuesto, en la forma. El estudio Ghibli (‘El viaje de Chihiro’, ‘La princesa Mononoke’, ‘Mi vecino Totoro’…) construye una maravilla pictórica que no deja de latir, de respirar, de recrearse en ese universo carismático y artesanal al que siempre es un placer regresar, aunque solo fuera para escuchar su música.

Un verso de Paul Valery inspira la obra: «El viento se levanta, hay que intentar vivir». Estoy convencido de que, con el tiempo, la película de Miyazaki inspirará otra gran poesía.

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Siempre me hicieron gracia

Siempre me hicieron gracia. Es una cosa muy personal. No sé, las veo y me da la risa. Y hablo de ellas sin recelo, como si fuera algo normal. Vaya, porque son normales. ¿Quién podría llevarme la contraria? Sin embargo, lo normal es que cuando me da por sacar el tema o hablar de ellas, me miren con cierta repugnancia y me manden a freír espárragos. El otro día, sin embargo, no fue así. Ya se pueden imaginar mi sorpresa cuando, en vez de asco, la niña se partía de risa. Dejen que les cuente:

La película terminó a su hora, como es habitual. Y todos abandonamos la sala por la puerta trasera, tal y como mandan los cánones del cine en cuestión. Una vez fuera, hay unas escaleras metálicas que dan a la calle y, justo allí, en mitad de la estructura, una madre y su hija discuten. La hija, por cierto, no debe sumar más de siete u ocho años. Pero qué graciosa:

-¡Mira Mamá! ¡Otra!
-¡Niña, para ya!

Ella, la niña, estaba exultante, con los coloretes marcados en unos mofletes que apenas sabían contener la risa.

-¡Otra, otra!
-¡Pero niña!

La alegría desbordante de la zagala provoca que la madre, a priori incómoda, sonría levemente. Hasta que, por fin, decide unirse a la risa contagiosa de la pequeña. Y venga a reír y a reír. Ellas y yo, claro, que no me podía creer una escena tan incomprensible. De pronto, la niña se limpia las lágrimas de los ojos y le pregunta a su madre:

-¿Seguro que no pueden hablar, mamá?

Y la señora, con el aliento entrecortado de las carcajadas, le replica:

-No, hija, ya te lo he dicho. Aunque te hagan gracia, las cacas no pueden hablar.
-¿Y andar?
-Tampoco.
-¿Entonces cómo ha llegado hasta ahí arriba?

(Un vídeo memorable, para completar la entrada)

Que vivan los locos y sus locuras

Paco León dice que es como en cosmética, cuando te dan una pequeña prueba del producto, para que lo conozcas y sepas que es algo por lo que estarías dispuesto a pagar. Esa es la filosofía de esta campaña: el martes 29 de abril será gratis ver ‘Carmina y Amén’ en cien cines de España. ¿Qué les parece? En lo poco que tardó en hacerse pública la iniciativa, surgieron numerosos detractores -y defensores- que lo vieron como una locura irracional. Pero, qué carajo, ¡vivan las locuras y vivan los locos!

‘Carmina y Revienta’ fue una gran película que optó por un carril alternativo. Y funcionó. Lo que Paco León está haciendo es, a fuerza de empeño, dar a conocer al gran público su cine. Supongo que es la consecuencia lógica de creer en tu trabajo y en tu talento por encima de lo que dicte el mercado. Tan solo espero que alguna de las cien salas que proyecten gratis ‘Carmina y Amén’ (se publicarán el 28 de abril) me pille cerca de casa (si no es así, tranquilo Paco, que yo invito).

Hablando de locos, también encontramos un ejemplo fantástico al otro lado del charco. Joss Whedon, que podría vivir para el resto de sus días del éxito de ‘Los Vengadores’, mantiene su pulso con las distribuidoras ‘oficiales’. Hace un par de años estrenó su particular versión de ‘Mucho ruido y pocas nueces’ y, ahora, presenta ‘In Your Eyes’, película independiente de ciencia ficción que se puede ver, previo pago de cinco dólares, en Vimeo.

Whedon escribe y produce la historia de dos niños desconocidos que descubren, tras un accidente, que son capaces de sentir lo que el otro sienta. Una perfecta e imposible empatía.

Sé que no es el caso. Pero, por un momento, me imaginé a Paco León y a Joss Whedon compartiendo sensaciones, cada uno en su particular rincón del planeta, imaginando nuevas formas de crear espectadores. De llevar a la gente al cine. A otro tipo de cine. Qué genios. Qué locos.

Cinco minutos de Cómo entrenar a tu dragón 2

‘Cómo entrenar a tu dragón’ fue una gratísima sorpresa para el cine de animación. Lo que aparentaba ser ‘una más’, terminó siendo una película formidable. A falta de ver cuánto hay de secuela y cuánto de marketing, Dreamworks comparte los cinco primeros minutos de ‘Cómo entrenar a tu dragón 2‘:

El principio de pertenencia al original

Existe un fenómeno fabuloso. Lo llamo ‘el principio de pertenencia al original’. Se trata de un proceso subconsciente por el que el individuo se ve en la obligación moral de defender todo lo derivado de una obra artística por la que siente afinidad. Es muy sencillo, veamos un ejemplo: Tobías lee la saga completa de ‘Harry Potter’ y se queda prendado. Le apasiona. Un día descubre que van a hacer una película basada en el libro y se emociona: devora los tráilers, se empapa en foros y chats, compra las entradas con meses de antelación y, el día del estreno, disfruta de una experiencia orgásmica. Tobías es feliz: acaba de ver la mejor película de la historia del cine.

Y ahí está el problema. Que puede o no puede ser la mejor película de la historia del cine, pero a Tobías eso no le importa porque desde que leyó el libro es fan incondicional de Harry Potter. ¿Qué pasa si a alguien no le gusta la película? Pues que Tobías entiende que estás insultando a los personajes que tanto ama. Efectivamente, cumple ‘el principio de pertenencia al original’.

En los últimos años hemos visto cientos de versiones inspiradas en cómics, libros y videojuegos. Y, por supuesto, no todas han sido exitosas. Las productoras juegan con ‘el principio’ para asegurarse una masa de público fiel, que siempre responda agradecida a cualquier desarrollo. A saber: ‘Crepúsculo’, ‘El Señor de los Anillos’, ‘Harry Potter’, ‘Star Wars’, ‘Star Trek’, ‘Divergente’, ‘Los Vengadores’ (y todas las de Marvel)… y, en última instancia, ‘The Amazing Spiderman’.

No me confundan, por favor. Si les gusta cualquier versión cinematográfica de sus libros y cómics favoritos, no hay discusión: les gusta. Que nadie les diga lo contrario. Pero aceptemos, todos, que no siempre las películas son productos comprensibles para los que desconocen el mundillo en cuestión. Yo, por ejemplo, no sé si ‘Crepúsculo’ o ‘Harry Potter’ son buenas novelas, porque no las he leído. Las películas, sin embargo, me parecen incomprensibles.

Quiero decir. Haber leído un libro o un cómic no debería ser razón para considerar una película buena o mala. Y eso, amigos, me temo que es lo que nos está sucediendo a muchos: ‘El principio de pertenencia al original’.

(Claro que también existe el caso opuesto, ‘El principio de la herencia corrupta’ que dicta que toda versión del original será un ñordo como la copa de un pino. Pero de esto hablamos otro día)

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