He recorrido varias ciudades en busca del libro para concluir que, efectivamente, está descatalogado. El tráiler de la próxima película de los Wachowski (‘Matrix’) y Tom Tykwer (‘Corre, Lola, corre’) me enamoró de tal manera que, al saber que estaba inspirada en una novela de David Mitchell corrí a mis librerías de cabecera en busca de la obra. Pero nada. Hubo un pequeño atisbo de esperanza, hace una semana, cuando una gran superficie comercial me permitió encargarlo por Internet. Realicé el pago y todo. Pero a los pocos días escribieron un email explicando que ese libro ya no está disponible. De ninguna manera.
Con todo, sigo preguntando en cada las librería por la que paso. Por si las moscas. La última fue en Madrid, el fin de semana pasado. Allí, en la cola, escuché la conversación de una pareja, novios o amantes, vaya usted a saber. El caso es que, para mi goce personal, hablaban de libros, páginas, papeles, letras impresas, editoriales y, sobre todo, tecnología.
“Esto es como con los móviles”, sentenció ella. “¿Qué quieres decir?”, preguntó él. “Verás -explicó la joven, con más o menos estas palabras-. Al principio, hace diez o quince años, no sé, nadie tenía móvil. Sólo unos pocos y, los que no teníamos, les mirábamos como diciendo: mira el tonto este, que se cree alguien. Y, encima, subrayábamos con afirmaciones del tipo ‘yo nunca tendré móvil, ¿para qué?, ¿quién quiere estar todo el día localizado?’. Ahora todos tenemos uno. Creo que eso, exactamente, es lo que está pasando con los libros electrónicos. Que sí, que nos gusta mucho el papel y renegamos de lo digital. Pero tiempo al tiempo”.
Pensé en la gente que mi rodea y es cierto. Todavía son pocos, pero ya conozco amigos y, más relevante, padres de amigos, que leen en su ebooks. Yo tengo uno y la verdad es que no lo uso nada. Me gusta pasar páginas. Pero si releo las palabras de la joven, creo que acierta en su exposición: es cuestión de tiempo.
Veamos el lado positivo. Un libro digital nunca será descatalogado.