Cuando veas las entradas de una película ponerse a la venta un mes antes de su estreno, pon tus deuvedés a remojar. Bah, no tiene mucho sentido, pero me hacía gracia el refrán 2.0. Pues sí, amigos y amigas de los vampiros con sobredosis de hormonas y colmillos perfilados con rimel, Crepúsculo amenaza con volver al cine el 30 de junio. Y las salas de proyección, a sabiendas de que el enrevesado amor de Robert Pattinson y Kristen Stewart produce el mismo efecto que una compresa con alas en el público femenino, han decidido ponerse sus mejores galas y vender ya los tickets para tan memorable evento.
No sólo eso. Los fieles seguidores del Hombre Lobo Pagafantas y del resto de la tropa de personajes amamantados con telenovelas sudamericanas y los mejores momentos de Gran Hermano, podrán acudir a una maratón en la que disfrutarán de las dos entregas anteriores previo al estreno, orgásmico, de Eclipse.
Seis horas de Crepúsculo. Seguidas. Eso debe ser como acudir a una lectura pública de la Biblia en la que la única lectora es la Duquesa de Alba. O como cuando se rompió la máquina de pinball de Barrio Sésamo y estuvieron emitiendo la canción de los números durante seis horas.
No es que yo tenga nada en contra de Crepúsculo… Bueno, sí, para qué nos vamos a engañar. Me parece una patraña y uno de los aburrimientos más supinos de la historia, más incluso que la más divertida de las sesiones de control del Parlamento.
Pero que no me quiero yo enemistar con nadie ni insultar sus gustos. Que para eso hay colores. Si son de los que disfrutan viendo dos horas en las que no pasa absolutamente nada, quién soy yo para decir nada. Faltaría. Ya saben que pueden maldecirme en el email que acompaña al título, gracias.