La era de Turbo Kid

Vivimos una era hermosa, qué demonios. Sí, vale que no hay dinero. En general: no lo hay. Nadie tiene dinero para pagar un sueldo digno, ni para montar una empresa, ni para pagar una hipoteca, ni para irse a vivir al extranjero… Para nada. Somos la generación de los ‘bolsillos holgados’ y del ‘apáñate como puedas’. Los que soñamos con una beca para hacer unas prácticas y los que hacemos dos tostadas de una rebanada de pan de molde.

Crisis. Será la crisis. ¿Y cómo hemos reaccionado? Construyendo pozos de un charco. Cuanto más miro a mi alrededor, más casos me encuentro de gente alucinante. Admirable. Valiente. Gente que inventa fórmulas para usar Internet a su favor y que, a pesar de todo, saca adelante sus proyectos. Mi amigo Javi, por ejemplo, inició una campaña de crowfunding para lanzar su línea de juguetes ‘Wananeko’. Lo consiguió, por supuesto. Porque así somos nosotros: sin dinero pero resueltos.

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Hay dos ejemplos en el mundo del cine que nos definen como generación: ‘Kung Fury’ (de la que ya hablamos hace tiempo) y ‘Turbo Kid’. Mientras que el primer caso se quedó -y no lo digo para desmerecer, es una gozada- en un corto para Internet, el segundo es una película con todas las de la ley. Un film ‘indie’, de muy bajo presupuesto, que ha enamorado a la crítica estadounidense. ‘Turbo Kid’ mezcla ideas de cómic, videojuego y cine de los ochenta. Algo así como si Alex Kid apareciera en el mundo de Mad Max. Y se estrenará a lo grande.

Nos ha tocado vivir una era de mirar atrás. De mirar y añorar tiempos pasados en los que terminar una carrera era la llave para abrir la puerta del éxito. Tiempos en los que la línea argumental contaba con menos contratiempos. Tiempos en los que los héroes y los villanos estaban claramente definidos. Ahora nada es blanco o negro. Ahora no hay dinero. Ahora sufrimos por no poder surcar los caminos que nos enseñaron nuestros padres… Pero qué cojones le estamos echando los de la era de ‘Turbo Kid’. Una era hermosa.

 

Lo esencial de James Horner

De alguna manera la música se volvió mía. Tararear la melodía era una forma más de trasladar al otro -o a nadie- que mi aventura estaba teniendo lugar. Hubo un tiempo, incluso, que creí con fe ciega que yo era el compositor de tan bella ilusión. Cabalgaba sobre la BH roja armado con una espada en forma de palo y conquistaba castillos alzados en higueras de verano. Y mientras sonaba ella, innata, en mi cabeza. Un grito desesperado por transformar la escena en un fotograma de ‘Willow’. Yo era Madmartigan, por Dios.

Y mientras algunos pagaban hasta tres o cuatro veces por entrar a ‘Titanic’, en 1997, yo agoté aquel curso sin conocer a Jack ni a Rose ni al barco que se hundía. Pero alguien dejó en mi discman su banda sonora y, sin haber visto nada, lo vi todo. Aún hoy, con las imágenes de la película de Cameron grabadas a fuego en la retina, vislumbro las sensaciones vírgenes de aquel cedé sonando una y otra vez.

Mi Fortaleza de la Soledad, a diferencia de la de Superman, no está construida sobre témpanos de hielo, sino sobre las notas de ‘Braveheart’. Cada vez que suena elevo un sólido castillo de libertades, entereza y oración. Allí me refugio para tomar decisiones, hacerme valiente y, de ser necesario, morir con dignidad. Nada me destruye ni atraviesa, la música me arma, me afianza. Me completa.

James Horner ha muerto sin saber que su trabajo cambió el rumbo de mi vida. Murió volando, como un Principito que insiste en acariciar las estrellas. De hecho fue él, Saint-Exupéry, quien escribió que “lo esencial es invisible a los ojos”. Hoy, cegado de admiración, me pregunto si lo esencial, tal vez, fuera cuestión de oído.

Descanse en paz, señor Horner.

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Laura, la pediatra y el de huesos

Una vez fui, en menos de 24 horas, a una boda y a un bautizo. Fue un fin de semana francamente entretenido, como si estuviera viviendo en mis carnes una de esas comedias en las que no dejan de pasar cosas hasta el último suspiro. No, en serio, ya quisieran Dani Rovira y María Valverde (en el cine con ‘Ahora o nunca’) que alguien les hubiera escrito un guion con tantos giros, subtramas, secundarios de lujo y canciones inolvidables.

Existe la remota posibilidad de que la inmensa alegría que uno siente rodeado de buenos amigos exagere un poco la épica del recuerdo. O el alcohol, claro, también está el alcohol. El caso es que, como les digo, fue un finde de película: tuvimos anécdotas de despedidas de soltero cuya leyenda terminará ensombreciendo la del mismísimo Alan (Zach Galifianakis) de ‘Resacón en las Vegas’; ceremonias más imponentes que las de ‘Juego de Tronos’, sin la sangre pero con toda la emoción; voces inesperadas que entonaron letras de siempre y canciones nuevas que serán para siempre; palabras paternas que resonaron como la voz de Colin Firth en los últimos minutos de ‘El discurso del rey’; bailes que pasaron del simbolismo de ‘Up’ a la locura de ‘Grease’.Y niños. Por supuesto. Una, en concreto. Una que estrena padrinos, vida y nombre. Padrinos, constantes como el de Coppola y aventureros como el de Ford. Vida, como la que se abre paso en ‘Gravity’ y se explica en ‘El Rey León’. Y el nombre, con el que ella misma escribirá su historia, Laura.

La mayoría de nosotros nunca seremos protagonistas de una gran superproducción. Nuestras caras no estarán decorando marquesinas ni la gente guardará en vitrinas nuestras firmas trazadas en servilletas de papel. Pero qué bonito, joder, cuando es la misma vida la que nos enseña que el espectáculo está detrás de las cámaras. Y que las historias, las que nos esmeramos en contar una y otra vez como si fueran mantra de magia y unión de espíritus, son reflejo de las que alguien, alguien como usted y como yo, una vez, vivió en menos de 24 horas.

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Del Revés, el ‘Érase una vez la vida’ de Pixar

Este fin de semana se estrena en Estados Unidos una de las grandes películas del año. Muy pocas veces se puede aseverar con tanta rotundidad algo desde la más pura ignorancia. Porque no, no hemos visto ‘Del revés’, el último trabajo de Pixar. Y, sin embargo, como diría el perro de ‘Up’ al gruñón de Carl Fredricksen, «te acabo de conocer y ya te quiero».

Supongo que es la magia, la imaginación que desprenden sus imágenes. Desde que vi el primer avance de ‘Inside Out’ (título inglés, mucho más acertado) estoy enamorado del proyecto. ¿No les parece una propuesta absolutamente original? La idea –la convivencia de las emociones que llevamos dentro– conectó con aquellas mañanas de televisión aprendiendo de ‘Érase una vez la vida’, ¿la recuerdan? Qué dibujos tan fantásticos.

‘Del revés’ se estrena en España el próximo 17 de julio, casi dentro de un mes. No quiero ponerme pesado con lo de la distribución ‘en diferido’, pero me van a perdonar: esto se tiene que terminar. No tiene sentido generar una campaña de comunicación mundial y, luego, a la hora de la verdad, establecer meses de diferencia entre unas fechas de estreno y otras. En la televisión, por ejemplo, se han dado cuenta del daño que eso causa. Miren ‘Juego de Tronos’ o ‘Orange is the new black’, series que llegan prácticamente al mismo tiempo a todos los rincones del globo.

Supongo que habrá algún genio de las finanzas y el marketing que tendrá un sesudo estudio sobre la mesa que justifica el retraso de los estrenos en pos de un mayor beneficio económico. Supongo, digo, porque si no, no me lo explico. Desde mi más ingenua experiencia, estas cosas, lo único que fomentan, es la piratería.

Ex Machina

El Test de Turing determina la humanidad de una máquina. Y, tal vez, todo lo contrario. ‘Ex Machina’ es una prueba. Un test. Noventa minutos de poderosa imaginería visual que inundan la mente de ideas, de dudas, de visiones de un futuro muy actual. Un problema de alquimia entre ciencia y alma. Y, por supuesto, una de las mejores películas del año.

El primer film de Alex Garland como director (es guionista de ‘Dredd’ y ‘28 días después’) ha pasado completamente desapercibido. Pocos –muy pocos– disfrutaron de ella en las salas de proyección y, ahora, varios meses después, prepara su salida al mercado doméstico con una campaña promocional que, pese a lenta, no falla: el boca a boca.

Todo en ‘Ex Machina’ sucede en una casa con aires de Frank Lloyd Wright, ubicada en una isla perfecta para los pasajeros de ‘Perdidos’. Allí vive Nathan (Oscar Isaac, ‘A propósito de Llewyn Davis’), un genio informático dueño de la empresa tecnológica más grande de la historia de la humanidad. Caleb (Domhnall Gleeson, ‘Una cuestión de tiempo’), uno de sus trabajadores, recibe una invitación para visitar la casa y participar en un ambicioso proyecto de inteligencia artificial: AVA (Alicia Vikander, ‘El quinto poder’).

¿Pueden las máquinas pensar? ¿Sentir? ¿Enamorarse? ¿Sabrías distinguir una máquina muy real de un humano? ¿Son las máquinas el siguiente paso evolutivo de la humanidad?

La elegancia de Garland como director es formidable. La película tiene una fuerza visual que subraya, aún más, la arrebatadora sencillez del formato. El guion, sustentado en una suerte de triángulo amoroso-virtual entre Isaac, Gleeson (ambos protagonistas de ‘El Despertar de la Fuerza’) y Vikander, es una delicia que se lee como una novela de Asimov.

Cuando termine 2015 habrá cientos de listas con lo mejor del año. ‘Ex Machina’ estará.

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