Una lectura transversal

Oteando el otro lado de la sala, casi a escondidas, escucho a una madre explicarle a su hijo que antes, las películas, eran «un fenómeno extraordinario». Es el tono de su voz y no sus palabras lo que nos hechiza –a mí y al niño–, ese candor especial que embebe cada gesto, cada sonrisa, cada guiño cómplice. «Las películas no solo nos gustaban por sí mismas, nos gustaban por todo lo que las rodeaba. Como una noche de Reyes, ¿entiendes? Ahora, siempre que quieres, puedes ver una película nueva».

Desde que tengo uso de razón, el cine ha estado ahí, disponible al alcance de la mano. Pero hay un temor que, a veces, me resulta difícil de explicar. Verán: nos estamos quedando sin cines. Las salas son cada vez más producto de centros comerciales de las afueras. Si hay suerte. En Jaén, por ejemplo, querer ir al cine empieza a ser un viaje a otra provincia. Así nos lo cuentan Jorge Pastor y Juanjo López en el documental ‘Silencio en la sala’.

Una ilustración de Katha&Lens
Una ilustración de Katha&Lens

1982. Se estrenan ‘Conan el bárbaro’, ‘Indiana Jones, en busca del arca perdida’, ‘E.T. el extraterrestre’, ‘Tron’, ‘Gandhi’… Películas que justificaban ir al cine como un fenómeno extraordinario. De hecho, es difícil pensar en ellas sin pensar en Cine. ¿Qué pasará dentro de unos años cuando recordemos las películas que se estrenan hoy? ¿Pensaremos en la pantalla de 42 pulgadas que hay en el salón? Sí, hay películas por todas partes, en todas las pantallas, ¿pero qué pasa con el Cine?

Feliz, supongo, el que consiga vincular sus ficticios recuerdos a una oscura sala repleta de expectativas. Porque, cada vez más, como tantas otras cosas, el mundo está pensándose para disfrutarse a solas. ¿Saben que hubo un tiempo en el que celebrábamos los cumpleaños yendo al cine?

Cumpleaños que echo tanto de menos…

¡Je! Yo, como el niño del que les hablaba, no quiero –sólo– películas nuevas. Quiero fenómenos extraordinarios.

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Willow para celebrar

QUÉ maravilla, la fanfarria de ‘Willow’. Es un recuerdo vago, desdibujado, como todos los que guardamos de la infancia. Pero la sensación sigue intacta. La película de Ron Howard me impresionó tanto que aún hoy mantiene un lugar privilegiado en mi lista particular de grandes obras del cine. Por mucho que crezca, por mucho que sume años y sea consciente del intento de George Lucas por versionar ‘El Señor de los Anillos’, ‘Willow’ tiene un cariz especial; de gran artesanía.

Grande, precisamente, no es su protagonista. Físicamente, quiero decir. El bueno de Warwick Davis lleva toda la vida ligado al cine de fantasía (‘Star Wars’, ‘Harry Potter’, ‘Los Ewoks’, ‘Doctor Who’, ‘Harry Potter’…), lo que le ha granjeado un cariño especial por parte de los fans. Hace poco me compré el Blu-Ray de la edición 25 aniversario de ‘Willow’. Y yo, que presumía de saberme la película al dedillo, me quedé a cuadros cuando vi los extras: ¡escenas eliminadas!

Celebrar es poco. Más bien se me quedó cara de tonto al descubrir que Willow lucha contra un ‘Niño Pez’ en el lago, antes de llegar a la casa de Cherlindrea (eliminada por ser demasiado cutre, pero es chula); o que Sorsha, la bella enamorada de Madmartigan, se pasa toda la película buscando a su padre, encerrado por Bavmorda en unos cristales mágicos en el castillo de los trolls (línea secundaria que se borró por alargar demasiado la cinta). ¡Y hay más!

31años viendo religiosamente ‘Willow’, casi anualmente, y resulta que no estaba entera. Ha sido lo más parecido a viajar en el tiempo, buscarme de niño y contarme todo lo que me estaba perdiendo.

Comiendo palomitas o corriendo por el pasillo, de niño me gustaba jugar a ‘Willow’ a todas horas. Estaba constantemente imaginándome en ese mundo tan maravilloso de espadas, dragones y trucos de magia. Supongo que por eso me emociona tanto el documental grabado por el propio Warwick –otro extra– durante el rodaje de la película. Usa una cámara doméstica y consigue imágenes espléndidas, como si un niño se colara en sus sueños.

En el cine hay películas que son más importantes que el propio cine. Con un sabor especial que sólo uno mismo puede entender. Sabores a brasero, pan recién hecho, cajas de figuras, cómics y la alfombra en el dormitorio.

Casa, ‘Willow’ me sabe a casa.

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