El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace (I)

Christopher Nolan consiguió que los lectores de cómics encontraran en el cine una manera orgullosa de presumir de sus héroes. Escribió una historia en la que mitología, filosofía y humanidad reinaban por encima del espectáculo, un truco de magia perfilado para alcanzar un prestigio efectista y emocional que fuera fácil de rescatar entre tantos y tantos mementos. Por eso, la trilogía de Batman es, con todo derecho, la mejor saga cinematográfica inspirada en un cómic.

El viaje de Bruce Wayne como cruzado enmascarado no es sino el viaje de una ciudad en busca de su redención. Gotham, la protagonista inamovible de la saga, deja que los extremos más viscerales se paseen por sus calles a la espera de una guerra maquiavélica, agazapada entre las sombras, dispuesta a instaurar una paz dictatorial con puño de hierro.

Tres películas que no son fruto de la exigencia empresarial, que han dejado reposar el éxito de sus predecesoras y alargar la narración durante siete años. Quería subrayar mi más sincera enhorabuena al gran trabajo de Nolan, uno de mis directores fetiche. Sin embargo, sería injusto situar en un mismo podio a los tres filmes y creer, guiado por una pasión y una devoción evidentes, que ‘El Caballero Oscuro: La leyenda renace’ ha sido un éxito. No. No lo ha sido.

La tercera entrega es una película irregular, que combina momentos brillantes, épicos y gloriosos con un guion repleto de fallos, ausencias, giros previsibles, incoherencias inaceptables y resoluciones que tienden al absurdo (el discurso ‘perdido’ de Gordon o la iluminación innata de Blake sobre Batman, sin ir más lejos).

Y creo que el problema reside en que, en esta ocasión, Christopher Nolan no fue tan valiente como esperaba…

(Mañana hablamos con ‘spoilers’ a tutiplén)

¿Por quién llora Batman?

Tu valía como héroe no es más que su valía como villano. Existe una íntima relación entre buenos y malos. A veces, la delgada bisectriz que separa ambos lados no es más que una viñeta compartida por un diálogo, de manera que no es fácil saber quién es quién. De hecho, puede que ambos, según la página que les toque, ocupen un rol u otro. Piensen en su oficina. O en su propia familia. O en sus compañeros de clase. O en el tipo que pedalea con usted en el gimnasio. La rivalidad nos define, nos completa. No es odio, ni mucho menos amor. Es otra cosa que fluye entre los personajes, entre nosotros, enriqueciendo la experiencia.

Puede que les parezca una perorata demasiada lírica para el momento del que les quiero hablar, pero a mí me resultó terriblemente fantástico. Durante los premios MTV Movie Awards, pusieron un pequeño vídeo en homenaje al Joker de Heath Ledger, en ‘El Caballero Oscuro’. Entre los asistentes al evento estaba Christian Bale, el rostro de Batman. Un rostro desenmascarado que, sin tapujos, rompió a llorar al ver y recordar la triste despedida de su amigo.

Y yo no pude evitar ver a Batman llorando por el Joker. Y, por favor, no lo tomen como una niñería o un comentario frívolo. Ambos encarnan a dos personajes con una poderosa mitología a sus espaldas. La oscuridad intrínseca de Batman siempre ha ido acompañada de una duda razonable: ¿Es un héroe o es un loco que se toma la justicia por su mano?, ¿el fin justifica los medios? Estas preguntas, perfectamente plasmadas en la saga de Christopher Nolan, dibujan una imagen que se resume en ese diálogo entre el raciocinio del murciélago y la locura del guasón: “Tú y yo somos iguales”, dice el Joker; “no, no es cierto”, responde Batman; “sí, Batman, tú me completas”.

Batman no fue capaz de matar a su archienemigo. Le encerraba una y otra vez en Arkam, esperando, sin querer admitirlo, que volviera a la calle. Porque su presencia, en realidad, le hacía más que un héroe. Le hace leyenda.

Joker

Pudo ser la escandalosa risa del tipo que contaba chistes en la barra del bar. O su indiscriminado afán por gastar bromas elaboradas, de consecuencias impensables. Tal vez, simplemente, se lo encontró de golpe en la baraja de cartas, mientras hacía trampas jugando al póquer. Lo maravilloso de crear es que nunca sabremos a ciencia cierta de dónde llega la inspiración. A no ser, claro, que se lo preguntemos directamente a su autor. No sé si alguien lo hizo alguna vez con Jerry Robinson. Si no, será demasiado tarde.

El viernes falleció el que muchos -casi todos- consideran el padre de ‘Joker’, el archienemigo de Batman e irracional contrapunto a la sobriedad, oscuridad y raciocinio del héroe de Gotham. Curiosamente, el único que nunca le concedió ese título fue Bob Kane, el padre del Caballero Oscuro. Una idea tan curiosa como sugerente: ¿No imaginan a estos dos artistas cruzando sus miradas y urdiendo planes maquiavélicos para vencerse el uno al otro? ¿No ven el romanticismo entre ambos, inspiradores en vida y hechos de sus personajes? A mí me parece fascinante. Veo una historia genial.

El Joker, el enorme legado de Robinson, es uno de los grandes vencedores en el mundo del cine y la televisión. Probablemente sea el único personaje de cómic que no ha salido mal parado nunca en la pantalla. Desde la interpretación más ‘humana’ de César Romero en la serie de los años 60, hasta el oscurantismo absoluto de Heath Ledger en la saga de Christopher Nolan, pasando por la brillantez de Jack Nicholson con Tim Burton y la genialidad interpretativa de Mark Hamill (sí, Luke Skywalker) poniéndole voz en la maravillosa serie animada de los 90.

Hay cientos de razones para afirmar que el Joker es el villano mejor escrito de la historia del cómic: es despiadado, retorcido y no tiene un tonto objetivo de dominación; sólo quiere divertirse. Es la imagen caótica e irreverente del mal por el mal. De saberse parte importante de una historia y descubrir que, sin él, no existiría la mitología de Batman.

¿Has bailado con el demonio bajo la luz de la luna? ¿Por qué estás tan serio? ¿Es eso que veo una risa, Batman? Ríe en paz, Jerry.

Dark Knight Rises

El año pasado, Christopher Nolan nos presentó una película para la que no había sinopsis posible: ‘Origen’. Pasamos meses y meses leyendo un escueto párrafo que hablaba de no sé qué ladrones de sueños, una paranoia que no conseguíamos ordenar con un sentido lógico pero que atrajo nuestra atención sin remedio. Después nos mostró una poderosa imagen de una ciudad doblándose sobre sus ejes, a los pies de Leonardo DiCaprio, y nos cautivó por completo.

El estilo de Nolan puede o no gustar, faltaría más. Lo indiscutible es que el director de ‘Memento’ ha cultivado una impronta original que impregna toda su obra, convirtiéndole en uno de los artistas más emblemáticos del momento. Uno de sus grandes triunfos reside en su trabajo con Batman -éxito que solo puede comprender y compartir Tim Burton- y en su particular visión del héroe de Gotham. Lejos de las bazofias modernistas de ‘Batman Forever’ y ‘Batman y Robin’, la reinvención de la franquicia convirtió la vida de Bruce Wayne en una tragedia humana, comprensible, y al nacimiento de Batman en una respuesta lógica para un mundo caótico.

El caos y la locura, representados por el magistral Joker del tristemente fallecido Heath Ledger, chocan contra el maquiavélico orden establecido por el Ras al Ghul de Liam Neeson. Ambas ideas, caras de una misma moneda, culminarán con ‘The Dark Knight Rises’, el cierre de una trilogía que, tal vez, sea la mejor interpretación del mundo del cómic en la gran pantalla.

Ayer, como ya sucediera con ‘Origen’, Nolan nos cautivó con un póster implacable, que no muestra nada pero lo dice todo. Aún nos queda un año para ver el resultado final; nos conformaremos con el trailer que está a la vuelta de la esquina.

El efecto Nolan

Darren Aronofsky y Christopher Nolan son dos directores que me apasionan. Ambos son paradigma del cine más original e independiente dentro del ámbito comercial. Sus películas siempre resultan imaginativas, inspiradoras y repletas de segundas lecturas. Nolan, que venía de rodar cintas como ‘Memento’, sorprendió a propios y extraños con su versión de Batman. Aficionado al cómic y al personaje por su oscurantismo y su halo de misterio, dotó al dueño de industrias Wayne de una perspectiva inédita: nada de onomatopeyas sobreimpresas en pantalla ni ‘battarjetas de crédito’ (George Clooney, no te olvidamos). Sólo el mito.

Al igual que Batman, Lobezno es otro de los personajes más queridos en el mundo del cómic. Precisamente por eso, por su doble moral, su actitud solitaria y los terribles fantasmas que se ciernen sobre su conciencia. Ambos héroes gozan de características muy literarias que el cine había desplazado en pos del espectáculo.

Pues bien. Darren Aronofsky (‘La Fuente de la Vida’, ‘Réquiem por un sueño’, ‘El Luchador’) será el director de ‘Lobezno 2’. Teniendo en cuenta la basura palomitera que fue la primera entrega, situar a un cineasta considerado ‘de culto’ detrás del invento tiene su explicación. Dos puntos clave: Hugh Jackman, el prota, ha insistido hasta la saciedad para que sea Aronofsky el elegido; rodaron juntos ‘La Fuente de la Vida’ y desde entonces se llevan rematadamente bien. Y el efecto Nolan, a saber: Haces una película digna de un héroe archiconocido con millones de fans dispuestos a dejarse la pasta en la taquilla del cine, recaudas una barbaridad y sacas dinero para rodar cualquier otro proyecto personal (en el caso de Nolan, ‘Origen’ o ‘El Truco Final’, por ejemplo)

Por cierto, sumen a la calidad del director la del guionista: Christopher McQuarrie (‘Sospechosos habituales’). Ya tengo ganas de ver a Lobezno paseando por Japón… Mientras que eso llega, nos conformaremos con ver el próximo estreno del director: ‘Black Swan’, con Natalie Portman, que está al caer.

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