Estaba revisando la cartelera de los últimos días del año y, con todos mis respetos, me parece un tanto desilusionante. ¿Dónde quedaron aquellos años en los que ir al cine en Navidad era una algarabía, una ruleta de intenciones, un quiero verlas todas y me faltan vacaciones? Y no es porque falten títulos que, a priori, deberían asegurar un mínimo de calidad. No hay ni una sola cinta desgarradora cuya calidad sea reconocida a los cuatro vientos; que recaude tantos euros como sonrisas satisfechas.
Si hacen una media ponderada de lo que dicen los críticos y lo que dice la taquilla, no se salva ni una. Sí, están ‘Biutiful’, ‘El Discurso del rey’ y ‘The Tourist’, todas ellas nominadas y consideradas al menos por sus productores. Pero, a la hora de la verdad, ninguna ha conseguido que triunfar en el boca a boca, ponerse en el candelero y encandilar a todos los ojos que se pongan por delante.
Es fácil salir del cine y escuchar que “Biutiful está bien, pero es demasiado triste y lenta… un poco aburrida en alguna partes”, o que “El discurso del rey está bien, pero no es una película fácil para el gran público”, o que “The Tourist está bien, pero en ciertas partes llega a convertirse en una payasada”. ¿Ven por donde voy? Dudo que haya un sólo estreno navideño que recibe, por norma general, el comentario que todo director espera provocar: “no te la pierdas”.
Incluso las películas menores, filmadas con el único y respetable objetivo de amenizar la Navidad, han dejado a medias al público: Narnia, Tron, Burlesque, Harry Potter, Megamind, Gulliver. Ninguna da en el clavo.
Pueden ir apuntando en sus listas de deseos para los Reyes Magos: una cartelera ilusionante.