Attack the Block

Los ingleses son los amos en darle la vuelta a la tortilla. En buscar la perspectiva inesperada que, más tarde, otros -América- copiarán. Sucedió con ‘The Office’ en la televisión y con ‘Zombies Party’ en el cine, película que inspiró ‘Bienvenidos a Zombieland’. ‘Attack the Block’ retuerce las normas del género fantástico y juvenil: los niños no son adorables, son unos cabronazos de mucho cuidado; sí son honorables… pero sólo con los que viven en su barrio, el resto son el enemigo y pueden arder en el infierno; tienen problemas familiares… pero los superan fumando marihuana, jugando al Fifa, viendo capítulos de Naruto y atracando a jóvenes inocentes en las lúgubres calles de Londres. Son, como les decía, unos bastardos. Pero son los bastardos llamados a salvar el día.

La banda de Moses pasea por el bloque, como unos Goonies del extrarradio. Cuando menos se lo esperan, una explosión les saca de su macarra rutina habitual. Algo, un meteorito parece, ha caído sobre un coche, en la calle. Al inspeccionarlo descubren que se trata de un E.T. con el aspecto de un Gremlin y la mala uva de un Critter. La pericia de Moses con la navaja les permite cazarlo y llevárselo a casa como trofeo. Lo que no sabían, claro, es que eso desataría una invasión con aires de venganza.

El gran éxito de Joe Cornish (guionista de ‘Las Aventuras de Tintín’) como director es sostener una película de ciencia ficción con un presupuesto bajísimo. Lo es porque, en vez de resolver cada escena con una dimensión nueva o una virguería digital, recurre a la imaginación: cámaras colocadas con ingenio, atmósferas palpables y criaturas a la antigua usanza. Todo al servicio de un guion inteligente, plagado de diálogos geniales y perlas culturales engarzadas con soltura y naturalidad gracias a una pandilla de protagonistas, de actores, perfectos en su papel.

‘Attack the Block’ pone el contrapunto a ‘Super 8’ (J.J. Abrams) con un entretenimiento fabuloso. Si esto es ‘cine de serie B’, me alegro. No habrá lugar a errores sobre su calidad. Y dentro de unos años, cuando Hollywood realice algo parecido con un pastizal desorbitado, iremos al cine a verla. Mientras, como los adolescentes del bloque londinense, tendremos que usar armas prohibidas para ver ciertas películas que no merecen la atención de los distribuidores…

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¿Y ahora qué, USA?

He visto Tintín y tú no. He visto Tintín y tú no. He visto Tintín y tú no. Ains. Prueben a repetirlo una y otra vez. Es un ejercicio catártico que, para qué lo vamos a negar, sienta de maravilla. Para los aficionados a visitar webs de cine es terriblemente emocionante ver cómo los yankis publican noticias del tipo ‘Nuevo trailer de las Aventuras de Tintín, lo último de Spielberg’ o, mejor aún, ‘Imágenes exclusivas del Uniconio en 3D’. Y es que, por si no lo saben, la película de marras se estrena allí el 21 de diciembre. Cerca de dos meses después de que nosotros la hayamos visto (añadan aquí su ‘emoticon’ favorito).

Los celebrantes de Acción de Gracias se preguntan en foros y redes sociales qué han hecho mal. Qué les ha convertido en protagonistas de una parábola sobre hijos desheredados. Qué ha llevado, maldita sea, al padre de los sueños de Estados Unidos y a su profeta, Steven Spielberg y Peter Jackson, a estrenar su última película antes en Europa que en su propia casa. El debate va más allá y ahora, encima, tienen que soportar la sorna de los piratas del viejo continente, que ya han colgado en Internet la película, íntegra, grabada con una calidad patética.

Las distribuidoras explicaron en su momento que se trataba de una excepción ya que Tintín, Milú y Haddock eran personajes mucho más queridos y conocidos en Europa y que necesitaban un empuje promocional extra en EEUU. Y digo yo: ¿no sería buen momento para replantear el asunto y descubrir, de una vez por todas, que vivimos en un mundo globalizado en el que situar fronteras ficticias anima la piratería y la degeneración de las historias?

A cambio, por cierto, ‘War Horse’, el otro estreno de Spielberg de la temporada, que ya suena en la carrera de los Oscar, llegará aquí en febrero, varios meses más tarde. Como es habitual. Con lo que, calculo, a principios de año habrá una versión bochornosa rondando la Red, ofreciendo un producto de mala calidad que sostiene un negocio de humillados y otros yonkis.

Siempre son dos

Un padre y su hijo llegan a la taquilla con esa implacable sonrisa, esos andares de baldosas amarillas, ese porte despreocupado que solo unas vacaciones pueden dar. El adulto, vestido con una camiseta de Darth Vader comprada en Springfield -últimamente llevan muchas frikadas a las tiendas de ropa, ¿no les parece?-, mira a su hijo, que porta con elegancia a Yoda en el pecho -parece que la pareja hace más cosas juntas además de ir al cine-, y le dice: “¿Qué?”

El chaval analiza la cartelera de izquierda a derecha, con parsimonia pero sin perder el estilo. Como el aprendiz que procura distinguir con maestría si las columnas del Partenón son dóricas, jónicas o corintias. Unos segundos más tarde, devuelve la mirada a su padre y responde con seguridad: “Ya”.

El joven padre acepta el mensaje sinténtico de su hijo y le invita, con un leve gesto de muñeca, que puede aproximarse a la taquilla. La señorita, muy agradable, mira al niño y dice muy melosa: “¿Qué van a ver los caballeros?” El zagal, con la mirada de un adorable osito de peluche, responde: “El Capitán América”.

-No, lo siento pequeño, pero para esa todavía no tengo entradas.

-¿Por qué no? -inquiere el de Yoda.

-Porque todavía no se ha estrenado, pero tiene otras: Kung Fu Pa…

-No es verdad -interrumpe-. Sí se ha estrenado.

-No, no. ¿Por qué te iba a engañar? Se estrena el 5 de agosto.

-Se estrenó la semana pasada…

-Bueno, aquí no. Pero seguro que tu papá te trae cuando la pongamos, ¿verdad? -intenta devolver el tono agradable a la conversación; el de Vader, responde.

-No, yo también quiero ver ‘El Capitán América’…

Unos segundos más tarde, con una mirada oscura, tenebrosa y maquiavélica, ambos se dan la vuelta y marchan por donde han venido, dejando a la taquillera con el rostro descompuesto. Les miro caminar, con esa extravagancia que da el tiempo libre y digo, casi entre susurros: “siempre son dos, un maestro y su aprendiz”.

Micmacs

La rareza es el privilegio incomprendido. El extraño y aún así cotidiano poder de ser inesperado, de sorprender con un talento innato y genuino. Una capacidad que te diferencia del resto de seres humanos y que, al mismo tiempo, te convierte en un indiscutible miembro de la especie. Ya saben: el tipo que utiliza los dedos de los pies como si fueran manos, la chica que huele las flores a través de un cristal, el virtuoso de los malabares con cuchillos, la niña que presiente la lluvia… Al final, todos somos superhéroes en potencia. Queramos o no aceptarlo.

Jean-Pierre Jeunet (‘Amelie’, ‘Delicatessen’, ‘Largo domingo de noviazgo’) dirigió en 2008 una película que se estrenó en 2009 y que llegó a España la semana pasada: ‘Micmacs’. Una fábula moderna sobre la gente rara que colorea nuestras calles y un canto al arte como única y más poderosa arma de revolución. El arte como el mayor enemigo de La Guerra.

Bazil es un hombre vivo, pese a lo que debería dictar la lógica: después de que su padre muriera por una mina antipersona, él recibió, de rebote, una bala en su cabeza. Los doctores decidieron dejarla dentro, ya que quitarla podría suponer la muerte inminente. Cuando sale del hospital se encuentra sin casa ni trabajo, por lo que tendrá que utilizar sus habilidades de payaso para sobrevivir en la calle. Hasta que un día se encuentra con Placard, el patriarca de un grupo de habilidosos ‘artistas’ que le abrirán las puertas de su hogar. Bazil, ayudado por el resto de ‘raros’, buscará su particular venganza contra la industria armamentística.

‘Micmacs’ es una suerte de ‘X-Men’ sazonada con algo de ‘Mistery Men’ y aliñada con el buen humor y la entrañabilidad de ‘Amelie’, que deja un sabor fresco y agradable. Una película imprescindible en una cartelera previsible. Jeunet se gana al espectador con dos elementos clave: personajes trabajados, carismáticos, repletos de matices, y un guion que encuentra la complicidad del espectador con cada nuevo fotograma.

No les voy a engañar, es una película rara. Ya. Bueno. ¿Y quién no?