Page One: Un año en The New York Times

Hablar del futuro del periodismo y de la función que juegan sus profesionales en la sociedad actual es un tema muy controvertido del que todo el mundo tiene una opinión. Que si el papel ha muerto, que si Internet ha matado a las exclusivas, que si Twitter es la nueva prensa, que si la televisión es un nido de buitres, que si los jóvenes no leen. En fin, qué les voy a contar, seguro que tienen una opinión muy consolidada.

El problema es que nadie sabe hacia dónde vamos. La radio tenía los días contados con la llegada de la imagen y miren, ahí siguen. Especular sobre la vida de los periódicos es casi un ejercicio de ciencia ficción, dudo que alguien acierte de pleno. Para mí la clave sigue donde siempre estuvo: contar historias de una manera atractiva, rescatar la verdad que esconden los documentos y servir al lector/espectador con lealtad y honradez, intentado preservar la calidad por encima del contenido de consumo rápido.

Para hablar y estudiar este proceso, los chicos del New York Times grabaron durante 2010 a uno de sus redactores especialistas en comunicación, afincado al papel, y a otro experto en nuevas tecnologías de la información. Así nació ‘Page One: Un año en The New York Times’, un documental con aire de reportaje en el que los periodistas de uno de los medios que más tendencia marca en el resto del planeta visualizan el futuro que ya tenemos encima.

Muy recomendable para la gente del gremio y estudiantes, sobre todo por su reveladora definición del nuevo periodista: escritor, montador, editor, cámara, infógrafo, locutor y experto en redes sociales y motores de búsqueda. Y que, además, sea capaz de ir a la calle y encontrar una buena historia que contar. ¿Quién dijo que la profesión se había estancado? Tan solo estamos aprendiendo.

More Than a Game

No importa si se nace o si se hace. La clave es saber contarlo. Imaginen que tienen una capacidad innata para pintar. Su don, más allá del arte, les permite retratar la realidad que les rodea y transformarla en colores vivos e inesperados, provocando sensaciones desconocidas en el espectador. O, quizás, más sencillo, supongan que cocinan el plato de macarrones con tomate más ricos de la historia de la humanidad. Si nadie ve su cuadro al óleo o prueba su delicioso plato de pasta, ¿de qué sirven?

A no ser que el objetivo sea un placer onanístico, no sirven de nada. Para crear grandes protagonistas a los que merezca la pena seguir, es necesario saber contarlo bien. Bien de verdad. Al final, así es como se consigue forjar leyendas. Y, claro, hacer dinero. El sábado pasado, amodorrado en el sillón del salón, me topé con un documental sobre los años mozos de LeBron James en su equipo de baloncesto del instituto: ‘More Than A Game’. Un documental que bien podría haber sido una película de Disney, en plan ‘Somos los mejores’ o algo así.

La película narra cómo Lebron ya apuntaba maneras de estrella de la NBA y la amistad tan profunda que construyó con el resto del quinteto titular, ‘Los cinco magníficos’. Lo alucinante del metraje son las escenas de los partidos, los entrenamientos y los discursos que grabaron -vete a saber quién- cuando Lebron no era ‘nadie’. Parece como si los que estuvieran detrás de las cámaras ya supieran que, algún día, iba a ser un ídolo mundial y que esas imágenes valdrían su peso en oro. El propio entrenador, antes de la final del campeonato, el último partido que jugarían ‘Los cinco magníficos’ juntos, les da un discurso motivacional propio del mismísimo Al Pacino en ‘Un domingo cualquiera’.

¿Por qué? Porque los yankis han adherido a su adn la importancia de la narración. Les sale solo. Llevan tantos años creando mitos que saben valorar el talento, el camino. Y, una vez más, porque saben que eso, tarde o temprano, les dará pasta. ¿La conclusión de todo esta perorata? Si tienen un don, cuéntenlo. No hacerlo podría matarlo.

Inside Job

La compleja crisis económica que azota el planeta tiene, en realidad, un origen bien sencillo: la ambición. Y la ambición es, desde el principio, un aditivo humano. Imagine que tiene un trabajo en el que ganan suficiente pasta como para mantener a varias familias -con abuelos, sobrinos y hermanos incluidos-. Un día descubre que ejecutando una pequeña treta podría multiplicar sus ingresos exponencialmente. Una treta ridícula que, a la larga, podría -o no- resultar dañina para la inmensa mayoría. Una treta, por cierto, al margen de la ley. ¿Se lo pueden imaginar? Más fácil: visualice un botón. Púlselo. Ahora es el doble de rico. Vuelva a pulsarlo. El doble que antes. No hay esfuerzo, no hay complicaciones: sólo pulsar un botón. Sea sincero consigo mismo, ¿lo pulsaría?, ¿jugaría la treta?

Eso es lo que banqueros, políticos, agencias calificadores, burócratas y profesores universitarios hicieron el pasado 2008: jugar con nuestro dinero. El documental ‘Inside Job’ (Oscar mejor película documental 2010), de Charles Ferguson, es una terrorífica narración sobre cómo los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Y sobre cómo los pobres lo perdieron todo y, los ricos, nada.

A ratos insultante, a ratos purgativa, la película deshilacha una historia que conocemos. Y lo hace con mimo, poco a poco, sin dejar cabos sueltos ni títere con cabeza. Pese a que el espectador puede llegar a perderse entre datos y tecnicismos, ‘Inside Job’ es, quizás, la clase a la que todo alumno -de cero a cien años- debería asistir. En dos horas de metraje, Ferguson sigue el dinero: de Wall Street a la Casa Blanca, pasando por todo tipo de suburbios empresariales.

Al final, cuando empezamos a entender qué ha pasado y cuando creemos que hay información más que suficiente como para enjuiciar a los culpables de la crisis, descubrimos el pastel: los autores de la estafa, aquellos que estaban en puestos directos, tanto públicos como privados, siguen en el mismo sitio o han ascendido. Siguen pulsando el botón, amasando fortunas. El plan era perfecto.

No estamos solos

Si una imagen vale más que mil palabras, imaginen 24 por segundo. El poder conciliador y comunicador del cine es tremendo. Es tan fácil explicar qué es el sacrificio o el ‘amor’ con mayúsculas después de ver ‘La vida es Bella’. O la empatía con Mr. Eastwood en ‘Gran Torino’. Incluso ‘Up in the Air’ consigue analizar términos que parecen tan inexplicables para nuestra clase política, como ‘crisis’ y ‘paro’.

El género del documental, sin embargo, no cuenta con tantos adeptos. Quizás por su cariz menos comercial. Pero su efecto social es absolutamente indudable. Con el impagable añadido de que habla de la realidad. Personas y no personajes. Vidas y no guiones.

Siempre me dio mucha rabia la ceguera ante la pobreza y la miseria más cercana. No quiero decir que la de otros países o continentes no sea más grave, pero a nuestro alrededor hay miles de almas en pena que necesitan un hombro sobre el que llorar. Y nosotros podríamos ser ese hombro.

Aún no he tenido oportunidad de verlo –lo haré -, pero la Escuela de Comunicación de Granada (ESCO) y la Junta de Andalucía han rodado un documental titulado ‘No estamos solos’. Un mediometraje de 40 minutos que quiere provocar el efecto llamada entre los jóvenes para animarles a trabajar por los demás como voluntarios. Lucía Carrión dirige un trabajo que mostrará el crisol tan enorme de oportunidades y sus consecuencias.

“No sólo hemos reflejado el día a día y la magnífica labor que realizan los voluntarios de estas asociaciones, sino que también les hemos hecho protagonistas de la historia, de modo que sean estos propios voluntarios quienes incentiven a otros jóvenes a hacer lo mismo por medio de explicarles qué sentimientos, experiencias y beneficios obtienen de ser voluntarios”.

‘No estamos solos’. ¿Te apuntas?