El mundo según Barney

Puede que su vida le parezca un aburrimiento; hasta que empiece a contarla: los detalles nimios se tornarán en hitos clave, en instantáneas decisivas de un guion que guardaba un giro inesperado. Las personas que una vez pasaron serán, en realidad, los maestros que le dieron la lección que necesitó para superar aquél horroroso día en el que la cuesta se empinó más de la cuenta. Las anécdotas, metáforas. Las crisis, transformaciones. El amor, motivo… Quiero decir que no hay ninguna vida que carezca de interés literario. O narrativo, si quieren. Todos, sin excepción, portamos una gran historia. Desde el tipo amargado que se sienta detrás de un despacho a la anciana que nunca salió de la plaza del pueblo. Todos tenemos nuestra propia versión de la historia.

‘El mundo según Barney’ (cuyo título original, ‘Barney´s version’, es mucho más acertado) es un complejo retrato del drama y la comedia que confluyen en cualquier rutina. Barney Panofsky (Paul Giamatti; ‘Entre copas’, ‘El Ilusionista’) trabaja desde hace 30 años como productor de una serie televisiva de éxito. Su soledad permanente busca consuelo en los puros y las copas de whisky que caen, incesantes, cada madrugada. Una noche, en un bar, el pasado llama a su puerta: un agente de policía le avisa de que ha escrito un libro en el que Barney aparece como el supuesto autor de un asesinato. Un hecho que abrirá su memoria y que nos permitirá navegar por sus recuerdos, tal y como él los vivió.

Este camino a ‘la verdad’, maravillosamente llevado por un Giamatti excelso -sin desmerecer a Dustin Hoffman, brillante-, es una oda a los recuerdos y un reto para el espectador. Pese a la tristeza que reina en los últimos minutos de metraje, es imposible no salir de la sala deseando conquistar el mundo. Aspirando a dejar una huella memorable, imborrable, que perdure, más allá de la tumba, a la generaciones venideras.

En el camino a casa, recordé una anécdota que cuenta mi padre: Un consejero le dijo a Zapatero que lo que necesitaba el gobierno era importar. El presidente no le llevó la contraria y ordenó que subieran las cuotas en importación de productos extranjeros. Meses más tarde, Zapatero le dijo a su consejero que la situación no mejoraba. “No dije nada de productos. Dije que hay que importar. Tienes que importar”.

Ahora, descubran si Barney consiguió importar.

La cortina de humo

La crisis, además de estrangular las carteras, también agudiza la suspicacia. A nosotros, los periodistas, nos enseñan a no creer nada por lo que no estarías dispuestos a firmar. “Duda de todo el mundo y consulta las fuentes necesarias hasta que la verdad sea un hecho indiscutible”. En los últimos días he tenido varias conversaciones -reales y virtuales, estamos en twitter- en las que ha terminado filtrándose la expresión ‘cortina de humo’.

“Filtrar la verdad” es una expresión preciosa, ¿no creen? Es muy visual: casi puedes imaginar un bloque compacto, como una presa de apariencia infranqueable, de la que sale agua a través de una pequeña grieta. ‘Wikileaks’ es esa inesperada ruptura. Y, pese a que nadie se extrañara cuando se publicaron los hilos sobre los complejos de Sarkozy, las ambiciones de China o el tipo de preservativo que utiliza Berlusconi cuando se trajina a todas las putanescas de Italia, el amigo Julian Assange ha tocado los huevos de la política internacional con mucha solera.

En 1997, Barry Levinson (‘Good Morning, Vietnam’, ‘Rain Man’) reunió a Dustin Hoffman y Robert de Niro para realizar una comedia repleta de segundas lecturas sobre la política en la Casa Blanca. La cinta narra cómo, a pocos días de ser reelegido como Presidente de los EEUU, la prensa destapa un escándalo que ridiculiza la candidatura de de Niro. Hoffman, su agente de prensa, le propone una salida: “Necesitamos una cortina de humo. Algo que consiga que los votantes olviden la vergüenza y recicle su imagen poderosa e influyente”. Acto seguido, se inventan una guerra.

Mientras que los mentados en Wikileaks hacen cola en sus confesionarios más íntimos. Mientras que los titulares de la prensa global sacan los colores a nuestros políticos. Mientras que Couso se retuerce en su tumba y su familia, almas en vilo, clama venganza contra los que prefirieron una mesa ordenada a una balanza equilibrada. Mientras que la pequeña grieta se hace consistente, el Gobierno decide firmar, el día que arranca un puente crucial para nuestra economía, un decreto que mosqueará a los controladores aéreos y que creará un conflicto de escala mundial. ¿Habrá algo detrás del humo o sólo es la suspicacia propia de vivir en crisis?

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