Es muy duro leer sobre ‘El cosmonauta’. El primer gran proyecto audiovisual de la historia de España que se financia gracias a Internet, a las Redes Sociales, al crowfunding y a una manera generosa de entender la cultura, lleva semanas recibiendo palos. Palos untados con piropos agradables, pero palos a fin de cuentas. Estocadas en la sien de su director, Nicolás Alcalá, y puñetazos en el corazón de los cuatro mil productores asociados que creyeron en la película. Hablan de poesía visual y ausencia de narrativa; de buenas intenciones y malas decisiones; de una idea brillante que sobrepasó a sus autores.
No es justo.
‘El cosmonauta’ es una película extraordinaria en su sentido más literal: es ajena a lo ordinario. Creo que valorar el trabajo de Alcalá y de todos los que acompañan al proyecto por un guión, quizás, impotente, no hace justicia a lo que significa ‘El cosmonauta’. Estoy convencido de que la intención era conseguir un film alucinante, profundo y sonoro, con repercusión internacional, para mostrarse al resto del planeta, a todos aquellos que financian películas de gente que ya conocen. A todos los que nunca arriesgan. Quería ser, pues, un ambicioso currículum vitae.
Y lo ha sido.
No sé qué verán ustedes, pero, para mí, ‘El cosmonauta’ derrocha talento. Un talento técnico y prometedor que llama a las puertas de despachos cerrados en busca de una entrevista reveladora. La película es fiel reflejo de la realidad que la impulsó a nacer: una cinta hija del emprendedor. De aquel que no está dispuesto a esperar la llamada telefónica y que, como bien sugiere Risto Mejide en su texto ‘No busques trabajo’, sí está dispuesto a crear. A reinventar. A fabricar. A utilizar verbos difíciles, pero, a la larga, jodidamente placenteros.
¿Qué veo en ‘El Cosmonauta’? Gente que quiere aportar y sabe cómo hacerlo. Denles tiempo, la experiencia hará el resto. Por favor, no vean un fracaso. Vean el inicio de una carrera. De una empresa. De un inspirador caso de audacia.