Meteoritos en directo desde Rusia

Lo hemos visto tantas veces que, ahora que es real, cuesta creerlo. Mi jefe se acercó al ordenador para ver los vídeos de Rusia. Empezamos con el rayo que cruza el cielo. «Dios», dijo. Seguimos con la plaza iluminándose y los destrozos en una fábrica. «Joder», añadió. Y terminamos con el sobrecogedor estruendo sobre el horizonte, un crujido imponente que arremete contra la pantalla. «Parece una película, ¿verdad?» Verdad, concedo, sin dejar de pensar en lo irónico del asunto: la verdad es más verdad porque tenemos mentiras, historias, que la acreditan.

La lluvia de meteoritos, además, ha sido en Rusia. De todos los lugares del mundo ha sido en Rusia. No en Estados Unidos, ni en Londres o París. Rusia, el único país donde los coches llevan cámaras de vídeo. ¿No les parece curioso? ¿No creen que, como herramienta narrativa, es un formato inexplorado? Pienso en una película sobre desastres naturales, holocaustos espaciales y conquistas marcianas, y sería original. ¿Se imaginan? Todo a través de coches.

El caso es que mientras yo no podía dejar de buscar fotografías y vídeos de la lluvia de meteoritos, un amigo me escribía mensajes sobre otra noticia que le tenía absorto: «no me lo puedo creer», «es increíble», «estos políticos…» El tipo tecleaba sin parar hasta que, llegado el momento, le pregunté: ¿y no te parece alucinante lo de Rusia? «¿Lo de qué?» ¡No lo había visto! ¡Estaba delante  de un periódico digital y estaba tan picado con la información política que no lo había visto! ¡Un puñetero meteorito volando!

Después de comentarlo recordé un fantástico corto canadiense dirigido por Matthew Nayman: ‘Blind Spot’. La película muestra un capítulo típico de la rutina de cualquier persona –el trayecto al trabajo o a casa en coche– y cómo obviamos todo lo que nos rodea, anulando los detalles que realmente están revolucionando nuestra existencia. La de todos. En fin. No dejen que un estúpido sentado en un atril les despiste del meteorito. Ya saben lo que quiero decir.

#HGWells y el fin del mundo

¿Y si aprovechamos la tontería maya para honrar a H. G. Wells con una reinvención del mito de ‘La Guerra de los Mundos’ en la era Twitter? Les propongo que desde las 00:01 horas del 21-12-12 narremos el fin del mundo con el hashtag #HGWells.

Un absoluto ejercicio de creatividad que responda a las preguntas que dicten su imaginación: ¿Qué acaba de ver? ¿Ha explotado algo cerca de su ciudad? ¿Hay criaturas sobrevolando su casa? ¿Sale un líquido viscoso de la pantalla de su ordenador? ¿Cuántas naves espaciales ve desde la ventana de su oficina? ¿Ha conseguido esquivar la embestida de una bestia gigantesca? ¿Acaba de descubrir que una sustancia radioactiva le otorga superpoderes? ¿Es su vecino, en realidad, un réptil humanoide?

Convirtamos el fin del mundo Maya en un día para celebrar la imaginación: #HGWells.

Mitología neoyorquina

Fíjense si será poderosa la mitología neoyorquina, que estamos medio planeta embobados con el Huracán Sandy. Viendo caer muros y hundirse taxis que sentimos parte de nuestro imaginario particular. No importa si viajaron o no a la ciudad de las blinding lights, porque todos miramos a la capital del mundo con cierta empatía; con cierta sensación de pertenencia.

Es difícil que estos días, mientras que comparten un rato de televisión con la parienta o charlan distraídos con la radio de fondo, no haya saltado la liebre: «¿No te recuerda esto a la película aquella?» Y aquí llega lo interesante. Creo que podríamos hacer un estudio de personalidad basado en la película que relaciona el sujeto con ‘un huracán en Nueva York’. A saber: Los románticos se referirán a ‘El mago de Oz’ y a la belleza del arcoíris que nace tras la tormenta. Los tremendistas sacarán títulos como ‘El Día de Mañana’ y sopesarán la posibilidad de una catástrofe medioambiental que destruirá toda prima de riesgo. Los frikis sentenciarán con un «el invierno se acerca» (probablemente en inglés, «winter is coming»). Y los seguidores de la profecía maya orarán a Roland Emmerich y su ‘2012’ ante la inminente y nada improbable destrucción del universo conocido.

También estarán los que busquen enloquecidos al Bruce Willis de turno que evite que este plan maquiavélico de algún ruso descontento con la sociedad capitalista llegue a buen puerto. Y, cómo no, los comiqueros empedernidos que esperen la intercesión de ‘Los Vengadores’ o los ‘X-Men’ en las cábalas de Lex Luthor.

Lo cierto es que hay una tragedia en Nueva York. Una tragedia que, vista con perspectiva, no es, ni mucho menos, comparable a tantas otras que asolan cientos de ciudades menos preparadas; menos fuertes. Una tragedia que sentimos parte gracias al poder de las historias. De ahí que sea tan importante leer otras novelas, ver otras películas, escuchar otras canciones. Porque las historias –las mentiras– nos hermanan con la realidad.

11-11-11, el fin del mundo (otra vez)

Parece que fue ayer y aquí estamos, una vez más, enfrentándonos al fin del mundo. He de confesar que sobrevivir al holocausto humano es mucho más llevadero de lo que cabía esperar. Las primeras veces me daba un regomello y un burbujeo curioso en el estómago. Es lo que tiene ser un novato, ya saben, pero ser el Bruce Willis de turno exige concentración. El caso es que, por lo que se ve, hay competencia hasta para destruir el mundo: virus informáticos, bacterias en la carne de vaca, meteoritos ansiosos por comer tierra y, ahora, seis unos. Uno delante del otro. Unos. Numeritos, carajo.

Pese a que ya lo decía mi compañero de pupitre en el colegio, “las matemáticas nos matan, Cabrero”, voy a suponer, por un momento, que ustedes y yo seguimos vivos. Entiendo que para algunos sea un problema. Como para esa señora de Granada que encontró 16.000 euros y los devolvió, íntegros, para adelantarse a un posible juicio celestial. Que digo yo, que si hubiera sabido que esto no se acababa, se habría dado un homenaje descomunal. Y que le quiten lo bailao*.

Lo del fin del mundo no vende ya ni en el cine. Miren sino a Darren Lynn Bousman, que después de arrasar -en cualquier sentido visceral de la palabra- con la saga Saw, el director no verá su película 11-11-11 estrenada hoy. Al menos en España. Incluso, parece, llegará directamente en DVD y Blu-Ray. Además, había pistas más que evidentes para descubrir que el fin del mundo no podía llegar aún. ¿Se imaginan a las fans descarriadas de la saga Crepúsculo permitiendo que el mundo explosione tan solo una semana antes del estreno de ‘Amanecer’? Que es la boda de Edward y Bella, por favor. Un respeto.

Sí se estrena hoy ‘Anonymous’, la versión clásica del drama de Ana Rosa Quintana, ’30 minutos o menos’, comedia sobre la crisis que no tiene nada que ver con el aguante del español medio viendo ‘El árbol de la vida’, y ‘Cinco metros cuadrados’, cinta española alabada por la crítica que tampoco es la precuela aritmética de ‘A tres metros sobre el cielo’.

Sigan disfrutando del fin del mundo. Yo no me canso.

*(que estoy de broma. La señora merece mi mayor respeto y admiración. Faltaría. Si se queda sin sitio en el cielo, le cedo el mío)

Apophis

Dentro de 25 años los telediarios abrirán con una maravillosa noticia: la reducción del paro a niveles históricos. Por primera vez en el nuevo siglo, los universitarios terminarán sus carreras con la ilusión de hacer realidad las vocaciones a las que juraron lealtad en la guardería. Los investigadores formados en nuestras canteras desarrollarán un trabajo excepcional aquí, en sus casas, y la opción de marchar al extranjero quedará reducida a meras anécdotas. Al igual que los arquitectos, enfermeros, empresarios e ingenieros no marcharán a Inglaterra, Alemania o Estados Unidos. Habrá llegado la hora de emprender en España.

Y claro, esta revolución económica vendrá precedida por un compromiso del tejido empresarial de no solo dar trabajo, sino también de cuidar a sus empleados: sueldos dignos, acordes a su cualificación, y responsabilidad y horarios flexibles para compatibilizar la vida familiar. Aquello de “estamos en crisis, esto es lo que hay” sonará tan desfasado como el latín. Además, en 25 años se habrá comprendido que el objetivo de trabajar no es trabajar más; eso, acompañado de una vorágine de humanidad, nos invitará a reducir los años de cotización para que la jubilación sea un derecho y no el resultado de una función matemática donde ‘x’ tiende a infinito.

Con las carteras contentas y el estómago satisfecho, en un cuarto de siglo los institutos de España -donde los alumnos han descubierto que su primer gran derecho es el de respetar al profesor- repasarán la Historia Moderna y hablarán del Egipto 2.0 que surgió en 2011, después de que Bouzazizi se quemara frente a una comisaria. Discutirán sobre las consecuencias que ello trajo a todo el planeta, los cambios políticos, los relevos en el poder, las dictaduras que cayeron y las democracias que nacieron a la luz de la tecnología.

Los políticos dejarán de diferenciarse entre peleles y cantamañanas para representar al pueblo. La oposición abandonará el gritar por gritar y los gobernantes escucharán sus sugerencias. Internet será, legalmente, una gran torre de Babel desde la que la Cultura entrará en todos los hogares. Los bancos aceptarán una reformada tarifa ‘Robin Hood’ con la que dar alas a los países en vías de desarrollo. El Sida y el Cáncer tendrán cura. Los alcaldes no se corrompen. El precio de la vivienda es aceptable. El terrorismo ha muerto…

Y entonces, justo entonces, el tres de abril del 2036, los informativos nos mostrarán en directo como un meteorito de tiranosauras proporciones, el Apophis, choca con la Tierra y nos manda a todos a freír espárragos. Por la gloria de Roland Emerich, dejadnos soñar.

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