Tierra prometida

Si buscan en Internet ‘fracking’ o ‘fracturación hidráulica’ descubrirán cientos de webs que describen este proceso para extraer gas natural. Y, de paso, miles de teorías que aseguran que está matando al planeta, provocando terremotos y envenenando el agua que bebemos. Gus Van Sant (‘Descubriendo a Forrester’), director por el que siento una especial predilección, aprovecha el debate social para lanzar una pregunta tan inesperada como definitiva: ¿Qué queremos ser?

‘Tierra prometida’ es, al mismo tiempo, un ensayo, un romance y una declaración de intenciones. Steve Butler (Matt Damon, ‘El caso Bourne’) es el mejor comercial de Global, una corporación internacional dedicada a la extracción de gas natural. Su misión es conseguir que los vecinos de un pequeño pueblo estadounidense firmen un contrato por el que la empresa podría explotar sus tierras, convirtiendo a ambas partes en millonarias. Todo va como la seda hasta que un vecino asegura que el ‘fracking’ es pernicioso para sus granjas. Sembrada la duda, el alcalde convoca una votación a tres semanas vista. ¿Sí o no?

El gran éxito de Gus Van Sant en ‘Tierra prometida’ es que no nos dice qué debemos pensar. La película es un proceso interno, al son de la maravillosa batuta de Danny Elfman, que baila de un discurso a otro. Matt Damon, que sigue demostrando que el músculo es parte del atrezo, interpreta nuestra propia duda, la del público, gracias a las confrontaciones con Frances McDormand (‘Moonrise Kingdom’), Hal Holbrook (‘Lincoln’), Rosemarie DeWitt (‘Mad Men’) y, sobre todo, John Krasinski (‘The Office’).

Damon y Krasinski protagonizan, escriben y producen ‘Tierra prometida’, lo que les confiere un compromiso absoluto con el film. Ambos realizan un trabajo fantástico con ciertas reminiscencias al tándem Damon-Affleck de ‘El indomable Will Hunting’, dirigida también por Van Sant. La pareja peleará por la tierra a través de un triángulo amoroso que esconde el auténtico reto: ¿te hace feliz lo que haces?, ¿acatas órdenes y cumples objetivos sin saber por qué?, ¿la cuenta corriente define quién eres?

Al final, descubrirán que la elección corre de nuestra parte. No se la pierdan.

Moonrise Kingdom (y II)

Mis primos tenían en la estantería de su dormitorio la colección completa de los ‘Jóvenes Castores’. Me fascinaban aquellos libros porque sus lomos, ordenados uno detrás de otro, formaban un único dibujo en el que los sobrinos de Donald extendían una tela para salvar a su tío de una dolorosa caída. ‘Moonrise Kingdom’ es la regresión de Wes Anderson (‘Life Aquatic’, ‘Fantástico Mr. Fox’, ‘Viaje a Darjeeling’) a un verano imposible que nunca sucedió pero que, probablemente, de una manera poética e incomprensible, sea más real que el de las fotografías.

Un verano protagonizado por Sam, el niño que decidió escapar del campamento de los boy scouts y aplicar todas las técnicas de supervivencia que le enseñó el Maestro Scout Ward (Edward Norton), para cruzar la isla, Summers End (“el final del verano”), de punta a punta por la única razón por la que un niño de 12 años cruzaría una isla salvaje de punta a punta: una chica.

‘Moonrise Kingdom’ guarda la misma magia evocadora que un poema: es irreal, onírica y visceral. Pero la sensación final es una composición perfecta, con una lógica antinatural y aplastante, como un recuerdo infantil. El lugar que Anderson describe se pasea por las páginas de ‘Peter Pan’ y ‘El Señor de las Moscas’, elogiando el tiempo en que la imaginación fluía como una canción sobre el tocadiscos. Y, por mucho que pueda parecer caótico, el reino de Anderson está diseñado al milímetro: cada fotograma, cada travelling, cada palabra.

La película es un precioso collage en el que Bill Murray, Bruce Willis, Edward Norton, Frances McDormand, Jason Schwartzman y Harvey Keitel bailan al son de Alexandre Desplat, compositor de una música incrustada en la película, vital y milimétrica, que convierte a los miembros de Summers End en parte de una orquesta ordenada y fantástica, como el lomo de los ‘Jóvenes Castores’.

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