Moonrise Kingdom (y II)

Mis primos tenían en la estantería de su dormitorio la colección completa de los ‘Jóvenes Castores’. Me fascinaban aquellos libros porque sus lomos, ordenados uno detrás de otro, formaban un único dibujo en el que los sobrinos de Donald extendían una tela para salvar a su tío de una dolorosa caída. ‘Moonrise Kingdom’ es la regresión de Wes Anderson (‘Life Aquatic’, ‘Fantástico Mr. Fox’, ‘Viaje a Darjeeling’) a un verano imposible que nunca sucedió pero que, probablemente, de una manera poética e incomprensible, sea más real que el de las fotografías.

Un verano protagonizado por Sam, el niño que decidió escapar del campamento de los boy scouts y aplicar todas las técnicas de supervivencia que le enseñó el Maestro Scout Ward (Edward Norton), para cruzar la isla, Summers End (“el final del verano”), de punta a punta por la única razón por la que un niño de 12 años cruzaría una isla salvaje de punta a punta: una chica.

‘Moonrise Kingdom’ guarda la misma magia evocadora que un poema: es irreal, onírica y visceral. Pero la sensación final es una composición perfecta, con una lógica antinatural y aplastante, como un recuerdo infantil. El lugar que Anderson describe se pasea por las páginas de ‘Peter Pan’ y ‘El Señor de las Moscas’, elogiando el tiempo en que la imaginación fluía como una canción sobre el tocadiscos. Y, por mucho que pueda parecer caótico, el reino de Anderson está diseñado al milímetro: cada fotograma, cada travelling, cada palabra.

La película es un precioso collage en el que Bill Murray, Bruce Willis, Edward Norton, Frances McDormand, Jason Schwartzman y Harvey Keitel bailan al son de Alexandre Desplat, compositor de una música incrustada en la película, vital y milimétrica, que convierte a los miembros de Summers End en parte de una orquesta ordenada y fantástica, como el lomo de los ‘Jóvenes Castores’.

moonrise-kingdom-boy