Hazme reír, Buenafuente

Tengo un cómico favorito: Andreu Buenafuente. Por muchas razones que podría resumir en alguno de sus monólogos pero, sobre todo, porque ha sabido combinar las raíces de un humor castizo, muy nuestro, con la escuela del showman americano. Creo que el tipo se ha convertido en un icono de la televisión que merece la pena defender y en un famoso que, sin vender su vida a las tintas rosas, ha conseguido importar.

Desde el principio, siempre me pregunté cómo sería la vida de Buenafuente detrás de las cámaras. Temporada a temporada, hemos ido conociendo pequeños datos personales: no está casado, no tiene hijos, tiene un perro enorme que se llama Mel, twittea con desparpajo… En fin, todas estas ideas reales se mezclaron con otras ficticias mientras veía la excelente ‘Hazme reír’ (Judd Apatow, 2009; ‘Virgen a los 40’).

La película trata de George Simmons (Adam Sandler), un famosísimo cómico forjado entre teatros y pantallas de cine. El cariño de la gente durante tantos años le ha reportado una vida repleta de coches de lujo, mansiones y todo tipo de caprichos. Pero su buen humor se ve trastocado cuando, tras una revisión rutinaria, un médico le anuncia que tiene una rara enfermedad de la sangre y que, probablemente, morirá en poco tiempo. La primera reacción del solitario Simmons es buscar a un tipo gracioso (Seth Rogen), más joven que él, al que poder convertir en su sucesor y, de paso, en su amigo.

Que sí, que ni Buenafuente se muere ni creo que esté falto de buenos amigos. Pero me fue imposible no replantear una historia parecida entre Andreu y Berto -su compinche en el programa-, el dúo que consigue hacerme reír cada noche.

La gran lección de la película de Apatow es que la gente divertida también vive dramas importantes. La diferencia entre ellos y los que se empeñan en beber vasos medio vacíos, es que saben reírse de la situación; incluso disfrutar de la tragedia.