El espejismo del Oscar

En las últimas semanas he presenciado varias conversaciones que terminaban con la misma idea: este año no hay grandes candidatas al Oscar. Es curioso que en el curso en el que más españoles se han animado a ir al cine, sea tan fácil escuchar eso de «no se merece tantos premios». Si hacemos un estudio pormenorizado de las ‘mejores’ películas del año (o, al menos, las más nominadas), es cierto que no hay ni un solo título que unifique la grandeza en todos sus aspectos.

Ayer, por ejemplo, hablando de las candidatas, percibí que la que más gustaba era ‘The Imitation Game’. Excelente película pero que no es, ni de cerca, la favorita. Sí lo son ‘Birdman’ y ‘Boyhood’, ejercicios muy originales que distan de ser ‘ese’ film que unifica a público y crítica. Tampoco lo son ‘Whiplash’ o ‘La teoría del todo’, ambas preciosas. Hay, sin duda, un importante vacío de pasión.

¿Cómo lo ven ustedes? ¿Creen que hay alguna nominada que encandile a todos por igual, que despierte pasiones cinéfilas, que haya generado una expectación perdurable en el tiempo? Aún me quedan unos días para cerrar mi particular porra para los Oscar pero, si fuera por mí, que gane ‘El Gran Hotel Budapest’. Su derroche de imaginación sigue siendo de lo que más me ha divertido este año.

Al otro lado, más allá de los premios, lo cierto es que de 2014 creo que la película que más me ha llegado es ‘Interstellar’. De hecho, si tuviera que anotar en una lista las cintas que dentro de unos años seguirán generando interés, la de Nolan estaría la primera. Es lo que tiene la ciencia-ficción, mejora con el tiempo.

Les devuelvo la pelota, ¿cuál es la película que no olvidarán de 2014?

Big Bang

Pepe nos paró en mitad de la calle. Hablaba como si llevara varios días regurgitando la pregunta, reformulando las palabras exactas para captar nuestra atención e hipnotizarnos durante horas con una de esas conversaciones que, más tarde, escondes debajo de la almohada. “Si alguien viniera y os invitara a hacer un único viaje en el tiempo para luego volver al presente, ¿adónde iríais, al futuro o al pasado?” Jesús sonrió cómplice, encantado con la propuesta. Yo sonreí cómplice. Incluso la calle, dócil en esa noche quieta, sonrió cómplice.

Después de rellenar un folio en blanco de líneas que resumían en un caótico garabato la inmensa complejidad del tiempo y el espacio, nos sentamos a comer hamburguesas y reímos como si fuéramos normales. Como si no acabáramos de desvelar un brutal misterio de consecuencias legendarias. Como si no importara la sucesión de puntos discontinuos que, desde ese folio, ya originaba un inesperado e imaginativo Big Bang.

Lo más curioso es que ayer recordé aquella noche cuando intentaba escribirles un simple mensaje para estos días: “felices fiestas”. Entonces me senté en el ordenador, puse música y sonó la gloriosa banda sonora de ‘Interstellar’, de Hans Zimmer. Sigo pensando en ella, ¿saben? En la película, digo. He leído cientos de artículos sobre su ciencia, sobre su narrativa, sobre el guión. Y nada consigue que la quite de mi cabeza. Es como ese libro que tiembla en una estantería de baldas consumidas por el polvo: persistente.

Hay una idea en ella. Una idea por encima de todas. La idea que mi mente construye desde que salí del cine: cada instante es el principio de un nuevo universo. Menuda paranoia, ¿eh? Ya sé, parece que he perdido la razón y que alguien debería atarme. Pero, piénselo así: Si cada decisión que toman, cada puñetero gesto o palabra, mutara el sentido del cosmos, ¿no nos hace eso súper poderosos? ¿No tendríamos en nuestras manos los medios para alcanzar la felicidad más honesta? ¿Y si la felicidad fuera consecuencia de la imaginación?

Antes de la pregunta de Pepe, aquella noche, hablábamos de Interstellar. Ahora me doy cuenta que aquella pregunta es la auténtica máquina del tiempo. La que me hará ir y volver. Este es mi deseo para ustedes, en estos días en los que se rodean de la gente que quieren: que la imaginación les invada.

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7 lecciones de los Globos de Oro

Las nominaciones a la 72 edición de los Globos de Oro dejan una serie de certezas, quizás curiosidades, que bien merecen un subrayado. A saber:

1.- Hay dos nombres inesperados: Jennifer Aniston y Steve Carell, dos intérpretes que han forjado sus carreras al amparo de la comedia televisiva (‘Friends’ y ‘The Office’) que entran, con dos dramas, en la lista de lo mejor del año.

2.- Boyhood escribe una línea más en su mito cronológico. El que es, probablemente, el viaje en el tiempo más realista de la historia del Cine, consolida su estatus de ‘meta-película’. Es difícil que termine la temporada sin alguna que otra estatuilla en su vitrina.

3.- Sin embargo, mis apuestas para los grandes premios se centran en otra película que, sin haber visto, me genera un interés supremo: ‘Birdman’, de Iñárritu. Es una lástima que tengamos un atención mediática global pero un sistema de distribución de cine aislado de toda actualidad. Debería prohibirse tanta dilación entre el estreno en Estados Unidos y en el resto de países.

4.- Casi había olvidado lo magnífica que es ‘El Gran Hotel Budapest’. Le deseo lo mejor a Wes Anderson.

5.- Bill Murray es mucho más que un actor carismático que cae bien. Es un actor mayúsculo que, cada cierto tiempo, se reinventa como el ave fénix para darle un bofetón a prejuicios y estereotipos. No sólo está nominado por ‘St. Vincent’ en cine, también en televisión con ‘Olive Kitteridge’.

6.- Otro nombre: Uzo Aduba. La actriz da vida a Crazy Eyes en ‘Orange is the New Black. Un papel tan único y fascinante como el hecho de que la hayan nominado. Me alegro.

7.- Y por último, el lamento tópico y típico que, parece, no tiene remedio: ‘Interstellar’ sólo cuenta con una nominación, la banda sonora de Hans Zimmer. La ciencia-ficción es un género maldito.

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Interstellar (y II)

Interstellar‘ ha terminado y el cine es un enorme agujero negro. El compromiso de Christopher Nolan se extiende sin descanso a lo largo de tres intensas horas de la mejor ciencia-ficción. Una película asentada sobre una estructura clásica, pero repleta de matices que convierten un formidable entretenimiento en un viaje interior que perdura más allá de los títulos de crédito. Es tanta la carga emocional que, o bien sales repudiado de la sala o, como es mi caso, no puedes dejar de pensar en ella. Incluso sueñas con ella (sí, el maldito Chris me ha hecho un ‘Inception’).

Para disfrutar de la experiencia que nos propone Nolan no necesitan saber más que esto: La Tierra está consumida, sin recursos, cubierta por un manto de polvo que inunda la vida, se cuela por debajo de las puertas y asfixia los pulmones de la raza humana. ¿Y si nuestra salvación estuviera allí arriba, más allá de las estrellas?

El relato es tan intrincado y bello que cualquier explicación no le haría justicia. Sólo el que decida acompañar a Cooper (Matthew McConaughey) y a su familia podrá hilar, con preciso detalle, qué esconde este particular viaje en el tiempo. Un viaje que necesita vivirse en el cine, en la sala, donde la pantalla en sí misma funciona como un agujero negro para el espectador. Una pantalla que bebe de la misma fuente que ‘2001, una odisea en el espacio’ (Stanley Kubrick, 1968), ‘Blade Runner’ (Ridley Scott, 1982) y ‘Horizonte final’ (Paul W. S. Anderson, 1997). Una fuente de puro amor al cine -sin pantallas verdes ni 3D-.

Sería injusto minimizar el valor del equipo de intérpretes por tratarse de ciencia-ficción. Tan injusto. Tan ignorante. La acertada intensidad de McConaughey, que sigue fulminante en su carrera estelar, la complicidad exacta de Anne Hathaway y Jessica Chastain, la inmortalidad de Sir Michael Caine… Permitan el atrevimiento: ‘Interstellar’ merece estar en las quinielas de todos los premios de cine de este año. Como ‘Gravity’. Como todas las grandes películas. Las GRANDES.

No sólo no se me hicieron largas las tres horas, sino que estoy deseando volver a ellas. ‘Interstellar’ es una de esas películas que exigen ser exprimidas, saboreadas e interiorizadas. Varias veces. Porque es preciosa por dentro (la familia, la soledad, el tiempo, el amor como el gran enigma del ser humano) y por fuera: la elegante tecnología imaginada, la absorbente banda sonora de Hans Zimmer, las imágenes… Dios, qué inolvidable poesía del espacio, de las estrellas y del hueco que hay entre el todo y la nada. Ah, Gargantúa.

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«La ley de Murphy no implica que algo malo vaya a pasar. Significa que lo que tenga que pasar, pasará», Cooper.

 

 

Interstellar (I)

Y si estas palabras fueran un mensaje navegando por los senderos del tiempo. Una compleja botella vacía en un vasto mar de horas esperando a que mis hijos, los nuestros, los hijos de la tierra, lo encuentren y sepan leerlo. Como la poesía de Dylan Thomas, el cine de Kubrick y las estatuas griegas que ven al hombre crecer. Vivimos rodeados de mensajes formidables que pliegan una línea de miles de años en un solo punto, un solo núcleo, la única certeza del ser humano: ahora.

Piensen que portamos el fruto de los sueños de nuestros padres. Y ellos, el de los suyos. Una sucesión biológica que crece en una raíz de dos direcciones, adelante y atrás; un árbol genealógico -el árbol de la vida- que se asienta en lo más profundo de nuestro ser para que nunca dejemos de otear lo que hay más allá: más allá del valle, más allá de la montaña, más allá del mar, del océano, de los continentes, de las estrellas. Más allá del tiempo.

Qué momento, verdad, en el que Newton decidió que la manzana no era magia, sino ciencia. Algo tan irreal, tan invisible, y que, sin embargo, cargamos continuamente sobre nuestras espaldas. El peso de la gravedad y tantas otras certezas científicas que, aunque no podamos explicarlas, sabemos de manera innata que existen a nuestro alrededor. Fuerzas magnéticas que reinan, infinitas, dentro y fuera del cuerpo humano.

No sé si entiendo lo que está sucediendo ahora. Ahora. Ahora que acaba de terminar la película y Hans Zimmer mece mi butaca como si yo fuera un bebé. Ahora que miles de ideas fluyen de un solo chispazo en mi cabeza, germinando, convirtiendo términos inconexos en una experiencia que no puedo olvidar. Ahora que me siento parte de una irrisoria teoría de cuerdas; que me siento hijo, padre y abuelo. Ahora que sé que nuestras palabras son mensajes infinitos. Ahora que es magia, que es ciencia. Que es amor.

Interstellar‘ ha terminado y el cine es un enorme agujero negro… (continúa)

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No entres dócilmente en esa noche quieta.
La vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día;
Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.

Aunque los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa,
porque sus palabras no ensartaron relámpagos
no entran dócilmente en esa noche quieta.

Los buenos, que tras la última inquietud lloran por ese brillo
con que sus actos frágiles pudieron danzar en una bahía verde
rabian, rabian contra la agonía de la luz.

Los locos que atraparon y cantaron al sol en su carrera
y aprenden, ya muy tarde, que llenaron de pena su camino
no entran dócilmente en esa noche quieta.

Los solemnes, cercanos a la muerte, que ven con mirada deslumbrante
cuánto los ojos ciegos pudieron alegrarse y arder como meteoros
rabian, rabian contra la agonía de la luz.

Y tú mi padre, allí, en tu triste apogeo
maldice, bendice, que yo ahora imploro con la vehemencia de tus lágrimas.
No entres dócilmente en esa noche quieta.
Rabia, rabia contra la agonía de la luz.

No entres docilmente en esta noche quieta, Dylan Thomas.

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