Jack Ryan: Operación Sombra

En los años 80, un espía era un tipo con estilo, repleto de argucias y ases que se desprendían de su manga a ritmo de jazz, blues y funky. En los 90, fueron al gimnasio y todo espía que se preciara debía tener músculos y una virulenta pasión por las explosiones y el Rock. En los dos mil, se buscan espías figurines y no grandotes, todos con traumas oscuros en el pasado e, incluso, náufragos que perdieron la memoria. Y, por fin, en la era de la crisis, de la especulación inmobiliaria y la barbarie financiera, inventamos al espía ‘broker de Wall Street’. Tiene su gracia, ¿no creen?

Jack Ryan: Operación Sombra‘ es un intento más de convertir al personaje de Tom Clancy (‘La caza del Octubre Rojo’, ‘Juego de Patriotas’, ‘Peligro inminente’ y ‘Pánico nuclear’) en una franquicia duradera. Kenneth Branagh (‘Thor’), que además de dirigir interpreta al malo de la cinta, logra entretener con cierta facilidad, lo que no quita que la película sea un tanto mediocre.

Jack Ryan (Chris Pine, ‘Star Trek’) es un agente secreto de la CIA, infiltrado, desde que terminó la carrera de Económicas, en el mismísimo corazón de Wall Street. Allí hace una vida normal con su novia, Cathy Muller (Keira Knightley, ‘Piratas del Caribe’), al tiempo que vigila los movimientos financieros de todo el mundo. Su pacífica rutina cambiará cuando Viktor Cherevin (Branagh), un poderoso magnate ruso, amenace la estabilidad económica del mundo occidental. También está, por cierto, Kevin Costner, que ejerce de Obi Wan, mostrando los caminos de la Fuerza al joven Ryan.

Por si no les ha quedado claro, esto es muy fácil: ‘Jack Ryan: Operación Sombra’ es la típica película que el menos pintado definiría de malucha pero que un sábado por la tarde o un domingo por la noche nos la zamparíamos todos sin despegarnos del sillón.

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El Hombre de Acero: la kriptonita

Superman vuela y el magnífico (des)orden y el acompasado ritmo de Zack Snyder en ‘El Hombre de Acero’ se descontrolan en una sobrecogedora sucesión de explosiones, rayos, puñetazos y trepidantes peleas que se acercan más a un capítulo de ‘Bola de Dragón’ que a un cómic de Superman. En cualquier caso, creo que es absurdo criticar la película por reinventar al héroe de DC Cómics. El problema es que pierde el norte, nos atosiga con efectos especiales y nos desliga de la bien construida empatía emocional: Snyder -Superman- abusa de su poder. (Sobre la primera mitad: el milagro)

La segunda mitad, casi por completo, estropea el fantástico rumbo con el que nos deleita ‘El hombre de acero’ en su primera hora. Cambia el tono y, por tanto, la actitud del espectador. Ya no somos testigos de un milagro, firmes creyentes de que un niño pueda querer ser algo más. Ahora miramos extrañados una pantalla intentando evaluar los daños de la brutal y exagerada batalla final que ocupa los últimos sesenta minutos. Es tan llamativa que el propio Washington Post ha publicado un reportaje en el que analizan las supuestas consecuencias: “129.000 muertos, 250.000 desaparecidos, un millón de heridos, dos billones de dólares de pérdidas. Comparable a la explosión nuclear de Nagasaki”. Y añaden: “Seis veces más que lo estimado en ‘Los Vengadores’”.

Pero lo que en ‘Los Vengadores’ parecía equilibrado, incluso justificado, aquí se convierte en un patio de juego excesivo. Snyder no ha sabido regular sus esfuerzos y saca toda su artillería, dejando el campo de batalla y, de paso, la sala de cine, desoladas. Henry Cavill encaja perfectamente en este nuevo ‘Superman’ y Michael Shannon borda al general Zod. El resto de secundarios de lujo (Amy Adams, Diane Lane, Russell Crowe, Kevin Costner, Laurence Fishburne), brillantes al principio, se pierden ahora en la bruma y los escombros.

No es que aburra, dispersa. Incluso los efectos especiales empiezan a parecer un tanto burdos y forzados. Pero curiosamente, cuando la acción frena, en los últimos minutos, Snyder recupera el aliento y nos regala una escena fantástica en el Daily Planet con un regusto que ya echábamos de menos. ‘El hombre de acero’ pudo ser sobresaliente y, también, insuficiente.

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¡Extra! Datos frikis para los que buscaban a la Liga de la Justicia (no lean sin ver la película, posibles spoilers):

1.- Durante la batalla final se ve el edificio de la ‘Lex Corporation’ y varios camiones de la compañía.

2.- El satélite con el que chocan al final de la película pertenece a ‘Industrias Wayne’.

3.- Una de las cápsulas que encuentran en la nave enterrada bajo la nieve contiene un cadáver. La otra está vacía. Hay un cómic de la precuela de ‘El Hombre de Acero’ en el que vemos a una chica joven en esa cápsula. ¿Supergirl?

4.- Esa escena final, la única en la que hay un chiste con una soldado. Según los créditos ella es Carol Ferris, la novia del primer Green Lantern, Hal Jordan. La misma Carol Ferris que interpretó Blake Lively en esa joyita cinematográfica que todos intentamos olvidar…

5.- ¿Planea o no planea DC una saga de la Liga de la Justicia? Parece que sí, ¿no?

El Hombre de Acero: el milagro

¿Y si un niño soñara con ser algo más? La pregunta, formulada casi como versículo bíblico, guía la poderosa visión de un Dios que se hizo hombre, que abandona los cielos para sacrificarse por nosotros y al que, llegado el momento, se deberá a un acto de fe para superar la traición de un Judas disfrazado de humanidad. ‘El hombre de acero’ es una constante referencia al cristianismo, al hijo inesperado que se cría entre hombres para obrar milagros en el anonimato, hasta que el resto estemos preparados para creer en ellos.

No se trata de una lectura disimulada, Zack Snyder subraya constantemente los paralelismos entre el portal de Belén y Kansas, entre la cruz y la posición en la que Superman (Henry Cavill) cae del espacio, entre la Virgen y San José, entre Martha (Diane Lane) y Jonathan Kent (Kevin Costner); entre el omnipresente -e inexplicable- Espíritu Santo y Jor-El (Russel Crowe).

‘El hombre de acero’ sorprende en su arranque y te obliga a decir “no es la película que esperaba”. Y eso es una buena noticia. El interesante trasfondo y la simbología bien interpretada consiguen una primera mitad sobresaliente. No solo es entretenida, tanto como la mejor película de acción, sino que goza de un montaje acertadísimo repleto de imágenes arrebatadoras con el que Snyder nos enamora al son de la maravillosa melodía de Hans Zimmer.

Con el ambiente idóneo, tras sesenta minutos embriagadores de heroísmo invisible y recuerdos infantes, el espectador compartirá el mismo éxtasis que lleva a Clark Kent a colgarse la capa roja. Y volará. Volaremos todos. Podemos volar sentados en la butaca. Podemos entender el milagro, la importancia de que haya niños capaces de soñar con ser algo más. Ese algo más que la periodista Lois Lane (Amy Adams) fotografía, en busca de esa verdad que nos hará libres…

Preciosa primera mitad de ‘El hombre de acero’. Luego, llega el resto: la kriptonita.

(continuará)

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The Company Men (y II)

“Mi vida se ha terminado y, ¿sabes lo peor? El mundo sigue funcionando. No le importo una mierda”. La frase es de uno de los miles de despedidos en GTX, una inmensa multinacional que durante años ha procurado grandes riquezas a sus hombres y que ahora, consecuencia -también causa- directa de la crisis, les echa a la calle. ‘The Company Men’ es la continuación ficticia del documental ‘Inside Job’ desde una óptica muy interesante. De hecho, me fascinó el arranque de la cinta: imágenes estáticas de los pequeños y grandes detalles que decoran la clásica vivienda estadounidense que estamos hartos de ver en el cine (dos plantas, patio para barbacoas, canasta de baloncesto sobre el garaje… ya saben). Y, desde el principio, la sensación es la misma: “Estamos rodeados de opulencia”.

El presidente de GTX aprovecha la ausencia de su segundo al mando, Gene McClary (Tommy Lee Jones), para iniciar una tanda de despedidos masivos en su empresa. Bobby Walker (Ben Affleck) es uno de ellos. Acostumbrado a jugar al golf por la mañana, a comidas copiosas en restaurantes de lujo y a pasear con su Porsche, Bobby sufrirá el peso de un currículum altamente cualificado en un mundo que no puede mantener su nivel de vida.

John Wells cambia la televisión (Urgencias, El Ala Oeste de la Casablanca) para estrenarse como director con una película que nos regala una reflexión tan espeluznante como necesaria. Además, reúne a un reparto muy acertado liderados por la experiencia de Tommy Lee Jones Jones, Chris Cooper -siempre excelente- y Kevin Costner. Este último con un papel comedido, pero muy bien llevado. Y, con respecto a Affleck, se vuelve a demostrar la teoría: no es un gran actor, pero sabe involucrarse en proyectos de alto nivel. Sus dos últimas películas, ‘The Town’ (como actor y director) y ésta, son grandes trabajos.

‘The Company Men’ es un puñetazo en la mesa del director de su empresa. Un mensaje a todos los tiburones que eliminaron un recurso humano para incorporar una nueva sala de reuniones, un plasma en la sala de juntas o un coche para la empresa. Es, en definitiva, el ajuste de cuentas que no sucederá jamás.

El príncipe de los ladrones

Hoy se estrena Robin Hood. Otra vez. No sé cuántas versiones habrán vivido en el cine, pero, para mí, esta es la segunda. Y no, no aceptamos Gladiador como Robin Hood. La versión clásica de Disney me pilló demasiado niño para verla en gran pantalla. Lo que no quitó que me leyera el libro con dibujos de la película tropecientas veces. En ambas direcciones. Tampoco gasté mis pesetas en ver la parodia de Mel Brooks, que seguía la estela de ‘La loca historia de las galaxias’ sin llegar, ni de cerca, a la absoluta obra maestra de los Spaceballs.

Mi cerebro, cada vez que escucha Robin Hood, dibuja a Kevin Costner acompañado de un Morgan Freeman primerizo, una bella Elisabeth Mastrantonio, un siempre invisible Christian Slater y un fabuloso Alan Rickman (que si lo comparamos con su imagen más actual, en ‘Love Actually’, por ejemplo, es difícil ver el parecido con el malvado Sheriff de Nottingham). Un collage de imágenes magistralmente aderezado con una epiquísima banda sonora de Michael Kamen y una ñoña, aunque efectiva, canción de Brian Adams.

‘El Príncipe de los ladrones’ (1991) fue la exitosa antesala del inmenso batacazo de su protagonista y su director, Kevin Reynolds. En 1995 estrenaron ‘Waterworld’, un auténtico despropósito con un presupuesto astronómico y unas pérdidas incontables. En cualquier caso, su Robin Hood es una de esas cintas imposibles de olvidar ni evitar, ya que los programadores de televisión la tienen siempre muy presente.

Pese al enorme aroma a Gladiador que rezuma por los cuatro costados, la versión de Ridley Scott me da buenas vibraciones. No sé por qué. A priori lo tiene todo en contra por su atrevido perfil de ‘película para reventar taquillas a base de parecidos razonables con Máximo Décimo Meridio’. Por otro lado, ¿qué habría de malo en unir el goce de ver Robin Hood y Gladiador en un mismo film? Si consigue divertirme, pese a la reminiscencia, me habrán hecho feliz.

De Errol Flynn hablamos otro día.