El Caballero Oscuro: la leyenda renace (II)

El gran problema de ‘El Caballero Oscuro: la leyenda renace’ no reside en las altas expectativas del espectador amante de la obra de Christopher Nolan, como se ha insistido hasta la saciedad por aquellos que ven un «cierre magistral a la saga de Batman» –ojo, que me parece maravilloso que haya defensores, benditos sean los gustos y criterios variados–. La decepción está al otro lado, en la batuta de un director que no arriesgó lo suficiente.

(Los siguientes párrafos están repletos de spoilers y si no han visto la película no deberían leerlos. Avisados están)

La imagen más poderosa de ‘La Leyenda Renace’ es la máscara de Batman partida, abandonada en el suelo de una oscura alcantarilla, tras la imponente espalda de Bane. Ese preciso instante, hacia la mitad de la película, es el momento en el que se optó por la convención con un guion previsible, tradicional y complaciente. Nolan debería haber sido valiente. Nolan debería haber matado a Bruce Wayne (o dejarlo paralítico, ya saben).

De haber sido así, la lectura global de la película y de la saga cambiarían por completo, dando sentido a las dos ideas que guiaban las anteriores entregas: «¿Por qué nos caemos, Bruce? Para aprender a levantarnos» y «O mueres como un héroe o vives lo suficiente para convertirte en un villano». Dos ideas poderosas y complejas que convertían al ‘simple’ héroe de cómic en protagonista de una enriquecedora fábula filosófica.

Con la muerte de Wayne no criticaría la levedad de Bane, un villano formidable que termina encerrado en el cuerpo de un monstruo de los Power Rangers. Ni la sensación de fraude que transmite la prisión rocosa y el pobre papel de Marion Cotillard. Ni el sinsentido de Catwoman, una ladrona ninja que cumple una misión inexistente. Ni la inteligencia supina de Blake al saber que Bruce Wayne es Batman después de cruzar sus miradas. Blake. Joseph Gordon-Levitt, el que debería haber sido el protagonista de la segunda mitad de la película. Eso sí que hubiera sido un renacer. Un renacer que sobrepasaría las fronteras físicas en pos de una leyenda inmortal: la leyenda de Batman.

El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace (I)

Christopher Nolan consiguió que los lectores de cómics encontraran en el cine una manera orgullosa de presumir de sus héroes. Escribió una historia en la que mitología, filosofía y humanidad reinaban por encima del espectáculo, un truco de magia perfilado para alcanzar un prestigio efectista y emocional que fuera fácil de rescatar entre tantos y tantos mementos. Por eso, la trilogía de Batman es, con todo derecho, la mejor saga cinematográfica inspirada en un cómic.

El viaje de Bruce Wayne como cruzado enmascarado no es sino el viaje de una ciudad en busca de su redención. Gotham, la protagonista inamovible de la saga, deja que los extremos más viscerales se paseen por sus calles a la espera de una guerra maquiavélica, agazapada entre las sombras, dispuesta a instaurar una paz dictatorial con puño de hierro.

Tres películas que no son fruto de la exigencia empresarial, que han dejado reposar el éxito de sus predecesoras y alargar la narración durante siete años. Quería subrayar mi más sincera enhorabuena al gran trabajo de Nolan, uno de mis directores fetiche. Sin embargo, sería injusto situar en un mismo podio a los tres filmes y creer, guiado por una pasión y una devoción evidentes, que ‘El Caballero Oscuro: La leyenda renace’ ha sido un éxito. No. No lo ha sido.

La tercera entrega es una película irregular, que combina momentos brillantes, épicos y gloriosos con un guion repleto de fallos, ausencias, giros previsibles, incoherencias inaceptables y resoluciones que tienden al absurdo (el discurso ‘perdido’ de Gordon o la iluminación innata de Blake sobre Batman, sin ir más lejos).

Y creo que el problema reside en que, en esta ocasión, Christopher Nolan no fue tan valiente como esperaba…

(Mañana hablamos con ‘spoilers’ a tutiplén)

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