El final de noviembre

HOY termina noviembre y empiezan los catarros. No sé ustedes, a mí se me da muy bien pillar un resfriado tonto en esta época del año. Creo que es una costumbre adquirida de aquellas mañanas asido al brasero, con el moco tendido y el BETA sustituyendo las horas de clase por películas imperecederas.

Siempre me resultó fascinante el romance que se crea entre el alumno enfermo y las historias que sirven de pizarra. Es como en ‘La Princesa Prometida’ (que, por cierto, ayer descubrí que Saul –Mandy Patinkin–, uno de los protagonistas de Homeland, es Íñigo Montoya), cuando fisgoneábamos en el cuento que el abuelo leía al nieto y nos convertíamos en parte vital de la aventura.

Fue el lunes, creo, cuando se anunció que Disney planea un remake de una de esas películas que mi cuerpo asocia con gripe, brasero y videoclub: ‘El vuelo del navegante’. ¿La recuerdan? El director será, precisamente, Colin Trevorrow (‘Safety Not guaranteed’), al que hace poco asociábamos a un «proyecto secreto de Disney» que, ingenuamente, confundimos con el Episodio VII de Star Wars.

Un tipo muy sabio me dijo una vez: «Las películas importantes de mi vida no son las mejores, son las que relaciono, casi sin querer, con recuerdos personales; instantes de mi vida real».

Buen aforismo para justificar la relevancia de ‘La Princesa Prometida’ o ‘El vuelo del navegante’ en nuestra educación. Y en aquellos días de caldos, termómetros y cómics apilados.

Día perfecto, este final de noviembre, para arroparse con la mesa camilla y ver en calidad Blu-Ray los recuerdos raídos en una caja de cartón; para disfrutar del olor de las castañas, para revisar los compromisos del año.

Para compartir historias.

Nacer, siempre nacer con una nueva banda sonora.

La Princesa Prometida

Me gustaría ser más original y decir que mi parte favorita de ‘La Princesa Prometida’ es el duelo de inteligencia del intrépido pirata Roberts con el lenguaraz Vizzini. O el paseo del gigante Fezzik por la muralla enemiga, en la infiltración final. Tal vez, los divertidos diálogos entre el Milagroso Max y su esposa para traer a un muerto al mundo de los vivos. Incluso le veo cierto punto entrañable, con el que me es fácil identificarme, a la propia narración del abuelo al nieto enfermo. Pero no. Siempre será Íñigo Montoya:

“Matad al de negro y al gigante. Pero coged al otro para interrogarle”, amenaza el conde Tyrone Rugen. Los soldados atacan y, uno tras otro, con la estocada de una nota musical, caen derrotados ante la espada del héroe. “Hola -dice, con media sonrisa, tomándose su tiempo-, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Preparate a morir”. Rugen huye despavorido, atemorizado ante la promesa. Sin embargo, después de una trabada persecución, el perverso conde prefiere terminar el combate con un cobarde cuchillo que lanza en la distancia, clavándose en el pecho de Montoya. Pero una vida consagrada a la venganza no se termina así. Y entonces, heroico, responde una y otra vez, con su espada y con su palabra, a las arremetidas de Rugen: “Me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre…”

‘La Princesa Prometida’ es una pequeña joya que me apasiona. La película que me enseñó que una aventura es tan grande como lo son sus secundarios. Hace poco, la revista Entertaiment Weekly reunió a todos los actores para celebrar el 25 aniversario de su estreno y, de paso, hacer una sesión fotográfica emulando las escenas del épico romance de Westley y Buttercup.  De entre todas las respuestas, me quedo con la que da el propio Mandy Patinkin (Íñigo Montoya), sobre una posible secuela: “Espero estar muerto antes de que eso pase”.

Billy Crystal (Max) se apunta al “no” al remake. Pero, sin embargo, invita a los productores de Hollywood a que hagan una película sobre su personaje: “Queremos saber más de esa pareja, Max y Valerie. Además, no necesitaríamos mucho maquillaje ahora”. Fuera bromas, el actor cuenta una preciosa anécdota: “Un hombre se me acercó por la calle y me dijo: cuando era joven me encantó ‘La Princesa Prometida’. Y ahora que soy padre, estoy deseando verla con mi hijo”.

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